Mulholland Drive: esa maravillosa coctelera de emociones, esa sinfonía de lo inquietante, ese vericueto de Alicia en el país de las maravillas, ese juego de intrigas enclavado en el mismo centro de la industria del espectáculo, sugerente y demente a partes iguales. Mulholland Drive. Obra maestra.
Una joven, procedente de un pueblecito en el Ontario canadiense, se dirige a L.A. con el fin de triunfar en el mundo del cine pero lo que se encontrará es quizás su propia perdición.
También advierto que esta es una película a prueba de espectadores poco sensibles. El poco avezado en los recovecos lynchianos no se va a enterar de nada pero hay esperanza. Es necesario pasar por el aro y embarcarse en el fascinante mundo que nos presenta, de otro modo resultará poco menos que imposible.
Como seres humanos que somos todos tenemos sentimientos y eso es lo esencial. Esta película apela al lado más inconsciente de nuestro cerebro. Tratar de seguir un argumento es lo habitual en otros films, aquí el argumento se expande y Lynch nos apabulla con una variedad de sugerencias y sentidos ocultos. Lo importante es lo que uno ha experimentado dado que no existe una única y monolítica explicación para los hechos que se nos narran.
Hay quienes toman LSD, quienes buscan peyote o mescalina. Nosotros, más miedosos y también más prudentes, podemos encontrar ese viaje en una película de David Lynch. El buscador consciente no se verá defraudado por la experiencia.