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Paso a dejarles un extracto de un libro en el que se toca el tema de los escrúpulos, por si acaso le sirva a alguien, me parece que da una mirada bastante equilibrada e interesante y creo que hace un buen aporte. El libro se llama “Para liberarte de esa sensación de debilidad interior” de Víctor Manuel Fernández, resalté algunas partes que a mí en lo personal me llegan más. Les dejo un abrazo muy grande a todos.
Los escrúpulos que nos debilitan
“Una de las cosas que nos hacen sentir débiles son los escrúpulos, porque se comen nuestras mejores energías. Es cuando nos damos cuenta de que somos muy imperfectos y sufrimos demasiado por eso. Esa conciencia puede ser una humildad que nos ayuda a entregarnos sin buscar reconocimientos, pero también puede ser un veneno que nos hace bajar los brazos.
Es cierto que estamos llenos de defectos y de imperfecciones, porque siempre vamos a ser limitados, pero el lamento no nos hace crecer, nos debilita. Más bien tenemos que aceptar con serenidad que somos imperfectos, y así tendremos energías disponibles para crecer, nos sentiremos más fuertes para tratar de mejorar.
El problema es que, a menudo, nos obsesionamos con cosas que sentimos y que, en realidad, no son defectos ni pecados. Veamos un ejemplo:
Hay personas que se sienten miserables porque descubren que les agrada mucho ser valoradas por los demás, o porque buscan el éxito y tienen miedo de ser despreciadas. Creen que eso es una desagradable vanidad. Pero estas cosas no son malas, porque son parte de un instinto de la naturaleza. Es el “instinto de conservación” o de supervivencia, que nos lleva a valorar todo lo que pueda proteger nuestra vida, y nos hace temer todo lo que pueda ponerla en peligro. Si somos valorados por los demás, nos sentimos más seguros y no tenemos miedo de que nos hagan daño; si somos despreciados, tememos que no estén cuando los necesitemos, o que destruyan nuestra buena fama. Es normal que sintamos eso, porque la naturaleza ha puesto en nosotros un instinto de conservación para que podamos sobrevivir. “Sentir” esas cosas no es malo. El problema es si esos sentimientos me llevan a hacer el mal o me paralizan.
Debemos entender que no es posible tener sólo sentimientos de bondad, de generosidad o de entrega. Las cosas más bellas están mezcladas con otras inclinaciones que la naturaleza nos ha dado para que podamos sobrevivir, para que no nos dejemos destruir, para que defendamos nuestra vida.
Lo importante es que nosotros nos entreguemos, aunque dentro de nosotros haya una mezcla de sentimientos. No hay por qué eliminarlos todos, como tampoco podemos suprimir el temor al fuego o el deseo de tener un techo cuando está lloviendo. Son parte de los impulsos de la naturaleza que me ayudan a proteger mi vida. Simplemente tengo que entender esos sentimientos, aceptarlos, sin dejar que me obsesionen.
Lo mismo sucede con los deseos de afecto o de sexo, que también son parte del instinto natural. Hay que reconocerlos como signos del llamado a un amor mayor. Hay que reconocer que un encuentro de amistad con Dios y con otros seres humanos es algo más importante y más gustoso que el placer del cuerpo. Pero no podemos despreciar nuestro cuerpo porque siente deseos, que son parte de su instinto de conservación y reproducción.
También es normal que me harte de tener muchas obligaciones y que me guste tener una vida más libre. Es tan normal como cuando me molesta una temperatura demasiado elevada, aunque la acepto como parte de la vida. La persona sabia acepta esa molestia que siente por el cansancio y no se juzga por eso, pero sabe que, si no tuviera obligación alguna, quizás, se aburriría, o que también le fastidiaría un día muy frío de invierno. Entonces, acepta la realidad con esa molestia incluida y no se molesta porque se siente molesto. Mira con ternura su cuerpo y su sistema nervioso, y les permite serenamente que sientan eso. Pero simplemente no se deja dominar ni detener por ese sentimiento.
Es importante que aprendamos a mirarnos con esa mirada comprensiva, que acepta las cosas así como son, pero que simplemente no deja que algunas inclinaciones se vuelvan demasiado fuertes y terminen bloqueando otras inclinaciones más grandes y más bellas.
No hay que olvidar que, si vivimos analizándonos y juzgando mal nuestras sensaciones y sentimientos, llega un momento en que nos despreciamos a nosotros mismos, no nos amamos como Dios nos ama, y eso nos vuelve muy débiles por dentro. La persona que se desprecia a sí misma y se declara indigna de vivir, se vuelve muy frágil, se siente permanentemente a la intemperie, sin fuerza, sin sostén, sin valor. Y esa sensación de gran debilidad interior carcome la felicidad.”
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