AVISO: El siguiente texto trata de mi vida, no busco llamar la atención. Quien lo quiera leer, que lo lea. Quien no, pues no. Quién no guste de los "post-diario" está avisado. Si vas a ser lector, un apunte: Este texto se encuentra cronólogicamente en un presente inmediato, al contrario que "Historia de un chico" que era mi pasado sintetizado.
Exposición
Se acerca el momento, dentro de unos pocos minutos habré de exponer un tema de filosofía ante la clase. Parece que estoy nervioso, pero no estoy nervioso. En la espera entre clases algún compañero me dice:
“Eh, tranquilo”.
Ya estoy tranquilo, no tenéis ni idea.
Es inevitable que llegue el momento; el tiempo no se puede detener, va a llegar el momento en que esté allí, de pie, con un folio entre mis manos e intentando sacar las palabras de la prisión de mi garganta. No, no tiene sentido ponerse nervioso.
En cierto modo, estoy en una situación favorable; nada que ver con las antiguas clases de enseñanza obligatoria. Gracias Dios, te has tomado tú tiempo ¿verdad?
Hay otro punto a favor, los espectadores apenas van a prestarme atención, lo sé perfectamente, van a estar hablando entre ellos o estudiando para el examen que tienen a la hora siguiente, o pretendiéndolo.
El contexto no puede ser más propicio; como ya dije, no hay motivo para estar nervioso.
El profesor pasa lista.
Me conozco perfectamente: estoy tranquilo. No me sudan las manos y mi corazón no está palpitando a lo bestia, esos son los dos rasgos que han evidenciado mi ansiedad en el pasado.
Escucho mi nombre, el profesor me llama para que salga, para que comience la exposición. Me levanto.
Me he trabajado bastante el tema de la Ética, he resumido lo máximo posible sin que pierda significado, con mis palabras. Leído cientos de veces antes de estar aquí para sabérmelo casi al dedillo. Motivos de peso para estar relajado.
Mas lo que me sucede no entiende de seguridad ni de relajación. Algo que he aceptado: voy a tartamudear, se me van a atragantar las palabras; la confianza no hará que eso no suceda.
Doy aire a mis pulmones, lo hago mejor de lo esperado. A decir verdad, mi exposición supera a la de cualquiera de mis compañeros ellos simplemente han leído lo que ponía en un folio de forma monótona y aburrida, con voz tenue casi no se les escuchaba. Yo no me enteraba de nada, nadie se enteraba de nada.
Yo tartamudeo, mas no tanto. Mi voz es potente, hay convicción me creo lo que digo, porque sé lo que digo. Si alguien no se entera es porque no me presta atención.
Miro de soslayo a alguno de mis compañeros creo ver alguna sonrisa. Una voz interior me dice: “Ves, se están riendo de ti.”
Para mis adentros mando a la mierda a mi voz interior. No tiene porque haberse reído de mi en especial, y aún que ese sea el caso, me da igual. Continúo.
El profesor me interrumpe demasiado. No por mi corregirme ni por lástima, pues lo hizo también con los que me precedieron.
Me detiene en cada línea de lo que intento explicar, resulta molesto.
Se enrolla demasiado, es muy redundante, se repite mucho y se va por las ramas.
Mis palabras son más interesantes que las suyas, de hecho, sus explicaciones son esencialmente inútiles y no merecen tal epíteto si quiera.
Podría haber acabado en una sola sesión, una sola clase pero gracias a las intervenciones del profesor me esperan al menos dos sesiones de exposición más.
Tanto mejor, me lo tomaré como un desafío.
La única píldora amarga me la dio B, quien me dijo en un aparte: “Estabas muy nervioso. No te pongas nervioso.”
Sentencia que rebosaba condescendía.
Quiero decirle: “Idiota, ese soy yo. Cuando hablo normal es mediante esfuerzo, pensando primero lo que voy a decir. El que tartamudea es mi verdadero yo. No estaba nervioso. Ese era mi yo verdadero.”
En vez de eso simplemente dije: “No estaba nervioso”.
B no me creyó.
Muy bien no me creas, hace tiempo acepté que nadie comprenderá jamás lo que significa para mi el problema de no hablar fluidamente.
Para mí, la mayor parte de la gente tiene “ese don”, un don que yo no tengo: el habla normal. Claro que, la mayoría no lo percibe como un don pues es, de hecho, lo normal. El menos frecuente es el tartamudo, es el que se sale de lo ordinario.
Nunca llegaré a hablar completamente bien. Cuanto más acepto tal realidad menos daño me hace.
Mañana me toca continuar la exposición acerca de la Ética, no tengo miedo alguno.