Esta noche me ha pasado algo a la vez muy bonito y muy triste.
Una vez más dos amigos me han demostrado que son amigos de los de verdad, de los que se preocupan por ti, te cuidan, te apoyan e intentan verte y hacerte feliz.
Se han tomado unas cuantas molestias por iniciativa propia para darme una sorpresa preciosa.
Y sin embargo tengo un sentimiento agridulce. Estoy muy agradecida, pero a la vez me siento muy triste. Dos personas. Dos y nada más, es con quienes puedo contar en este momento de mi vida. Es una una suerte tener amigos como ellos y aún así no puedo dejar de pensar en cuál es la diferencia entre el resto del mundo y yo.
No puedo evitar preguntarme si seré mala persona, si seré borde, desagradable, o tan sosa que no puedo contar con más personas cerca de mi. Por qué yo me entrego tan facilmente y sin embargo no recibo prácticamente nada a cambio. Me pregunto si realmente doy algo o si sólo me lo parece a mi.
No sé si es que las personas somos, en general, más egoistas de lo que me gusta creer.
O si es que las personas dan importancia a cosas diferentes a las que yo le doy. Hay quien me dice palabras bonitas, hay quien me abraza, hay quienes me adulan, quienes me hacen regalos. Y todo eso no son más que gestos vacíos que en realidad, en el fondo, no significan nada. Lo que importa son los actos como los de esta noche, esos momentos que se suceden, que son pequeños detalles que te demuestran que le importas a alguien, que alguien te quiere, te aprecia, y se esfuerza por hacerte feliz de un modo más sincero y más profundo.
Me siento vacía, porque en un momento importante de mi vida sólo responden dos personas. Sólo dos personas que quieren celebrar y disfrutar de algo conmigo. Dos personas para celebrar un cumpleaños un sábado por la noche.