Hace mucho tiempo que he estado, en mi mente, jugando con la idea de escribir en este foro. Siempre, por una razón u otra, lo evitaba, lo evadía. Muchas personas me han dicho que cuando uno le pone palabras a las cosas y las simboliza, uno se siente mejor por haberse liberado de las cargas, los miedos, las angustias y las cruces. Bueno, debería ser así. Pero en mi caso no lo es. Yo siento que literalmente fracaso en ponerle nombre a las cosas. Mi mundo interno es tan extenso que no me alcanzaría la vida para darle nombre a todas las cosas que habitan en mí. Mientras más me esfuerzo, más angustia siento, más angustia se acumula adentro. Me da la sensación de que los símbolos nunca fueron suficientes. No hay catarsis. No hay sublimación. No hay nada. Soy sólo yo, con un Imaginario inmenso e inasible, con un mundo Simbólico de palabras muertas. Y lo Real, intocable, incognoscible, aterrorizante. Un mundo objetivo al que no puedo acceder, el noúmeno que no se deja conocer y escapa de mis manos. Se pulveriza, como una roca, en millones de granos de arena que se filtran entre mis dedos. Realmente lamento hacer uso de metáforas, símiles y analogías. Yo simplemente no lo puedo evitar. Tengo el temperamento de un poeta. De un poeta fracasado. Y muerto. Sin palabras significativas. Soy un hombre objetivo, un hombre espejo. Reflejo la realidad, no soy más que una sombra que ha vivido por muchos años de los deseos de los demás. Una sombra que le teme a la luz que ciega y está, obviamente, más cómoda en la oscuridad. Una oscuridad donde todos los colores se funden y se reducen a la nada. Una oscuridad donde el mundo deja de existir y las mentiras y engaños ya no duelen como deberían. Se podría decir que todos tenemos un mundo propio y privado separado del mundo exterior. Cuanto más ese mundo privado invade y transforma el mundo exterior, menos entendible y más anormal la persona parece. Esto se aplica bastante a mí ya que mi vasto mundo interno colisiona beligerantemente con todo lo que me rodea. Y el hecho de que nadie me entienda ya no me sorprende. Es más, ni siquiera sé si quiero ser entendido. Todos mis actos están, en mayor o menor medida, tintados de pulsiones masoquistas. Me parece que todo masoquista es un sádico que se toma a sí mismo como objeto al cual infligir dolor. También encajo bien en la categoría de neurótico. La culpa me consume. No es una culpa que tenga un objeto. Es una culpa neurótica, inexplicable, que probablemente provenga del inconsciente con el simple objetivo de torturar al Yo por haber infringido alguna ley moral implícita en la sociedad. Siento que debo ser castigado, debo sufrir, por alguna razón que desconozco, o que tal vez conozco demasiado bien como para admitirla. Debo ser castigado, por ser, por existir, por ser humano y estar atado a la libertad, a la soledad, a la responsabilidad y, más gravemente, a la finitud. Es por ese motivo por el cual me auto-flagelo y mutilo. El cortarme ya se ha convertido en un hábito, casi un ritual. Un ritual que debe ser llevado a cabo. Esto habla de mi desorden obsesivo-compulsivo. A veces tengo la sensación de que soy un pequeño nene jugando a ser adulto. El mundo adulto es un mundo que me parece nunca voy a comprender. No entiendo a aquellos que arman planes y construyen proyectos. Yo no logro proyectarme. Sólo me veo muerto en el futuro. No sé qué será de mí en los años que vendrán. No sé porqué ya me estoy haciendo a la idea de que debo hacer que esta oscuridad se sienta como casa, que la soledad sea, irónicamente, mi única compañía.