Cuánto tiempo sin este tipo de trastorno del sueño: insomnio. Bueno, sé que no es insomnio más que literal. Sé que podría dormir. De hecho, he dormido unas horas ya, llenas de pesadillas en las que lo familiar rodeaba a un no sé qué aterrador que me esperaba en MI casa, relacionado con tubos de pintura fría. Aterrador, en la oscuridad, acechante, mientras yo, en el exterior, luminosidad callejera sin calor, manifestaba en voz alta a quien no tuvo otro remedio que oírme que no tenía hogar. Que era una sin techo.
Lo soy. No conozco cima ni resignación.
Lo soy. El desamparo sentimental.
He intentado romper a llorar cuando, tras un rato despierta, me he dado cuenta de que la vorágine mental estaba engordando de comer humores y sólo humores. Que sé que son dos los desencadenantes de este insomnio concreto, pero aún así la vorágine se crece. Pero no he llorado bien.
Odio el primer desencadentante, no se merece serlo. Me parece un mal síntoma que me preocupe. El segundo, el legítimo, es una fuente de sufrimiento que ojalá no estuviera; pero es eso, legítimo sufrir por ello porque es parte de la vida que quiero, es un esfuerzo que hago por mi vida. Pero el primero... El primero me recuerda a viejas obsesiones, esta vez impuestas desde fuera de mi cabeza. Y me asusta a la vez que me cabrea. Haber conseguido liberarme de tantas cosas, estar luchando contra tantas otras... y que vengan a decirme "Eh, tú, a dónde crees que vas; lo que importa es lo que yo te diga que importa; sé enfermiza si quieres comer."
Y en San Valentín... Lo que no está en mi mano. Sólo un polvo puede luchar contra otro, ¿verdad?
Me mata que en el listado de emoticonos que tengo a la derecha estos dos salgan tal que en este orden:
No quiero enfermar.
Gracias.