Me he dado cuenta de que hay un patrón, un ritmo de momento indescifrable en mi malestar. De vez en cuando, entre tantas nubes asoma el sol, no sabría decir, un minuto de cada hora eso me pasa (ojalá fuera al revés
).
Si tuviera la clave sobre cómo afrontar esto, mantenerme fuerte, firme, de momento mi cuerpo tiene que callar, al menos estar más callado de lo normal. Tengo que callar al cerebro de una vez, solo nos hace daño a mí y a ella.
No bastará con meditar, me temo que tampoco bastará con añadir a la meditación un ayuno. No. No es eso lo que necesito realmente (aunque lo haré). Lo que yo realmente necesito es sacar la cabeza del suelo, romper las cadenas que yo mismo me puse y encender la luz que ilumina este cuarto. Y cuando todo eso pase, coger mis pensamientos y patearlos uno a uno, hasta desfigurarlos a golpes, masacrar mi mente, mi psicología. ¿Por qué no? ¿Acaso no me pertenecen? Cierto que me encadenan pero me siguen perteneciendo, al menos están al alcance de mis puños.
Ellos necesitan habitar algún sitio, no les basta el suelo llano, si les destruyo el edificio construirán otro, y cabe la posibilidad de que sea un edificio mejor, más preparado, que tenga en cuenta los errores del anterior. Yo conozco esta energía, la he tenido otras veces, y es muy potente, sé que es poderosísima, pero no la he estado enfocando donde debí, eso es lo que pasó me temo
Y ambos hemos pagado, ella y yo, por mis errores.