Aquí.
En un satélite perdido
En un rincón del silencio.
El lugar donde muchas veces se ahogó el dolor.
Te pondría un nombre para contarte cómo anécdota al estilo:
"Hace unos años, me interné en una tierra inhóspita dónde estábamos diferentes personas, pintorescas, enojadas, ansiosas pero con muchas ganas de hablar; todos buscábamos lo mismo, unos oídos para escuchar, unos ojos para ver, un cerebro para conectar, un corazón para empatizar, todos buscaban un amigo.
Algunos encontramos uno o dos y seguimos escribiendo por un tiempo, algunos otros se cansaron al no encontrar a nadie, se fueron velozmente, otros cumplieron su objetivo y se retiraron del lugar.
Yo encontré uno.
Era una persona que se acercó a mi cuando sentía que no podía dar más de mi a los demás, cuando sentía que la bondad no era suficiente. Y estaba igual.
Por medio de cartas empezamos a contarnos todo, a escribir nuestras historias más valientes vistas bajo nuestros ojos, las ramas de nuestro afecto se fueron entrelazando.
Después de eso, ese afecto creció y se empezó a construir una historia.
Fue una escrita con una de las más bellas tintas que haya inventado el hombre.
Pero hasta los mejores árboles pueden perecer.
Perecen en el tiempo, en la falta de agua, en las otras historias, en los caminos.
Y esa cambió. Pero no cambió lo que dejó en cada uno de los escritores.
Les dejó una esperanza, les dejó muchos recuerdos y principalmente les dejó vida.
Les dejó muchas ganas de volver a escribir, de volver a entrelazarse con otras ramas, con más ramas y así hacer de ellos, unos hermosos jardines.
Con el tiempo.
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