La descarnada nivelación del día a día. Microdecisiones desde cuyo tejido me precipito, hacia dónde, no lo sé, pero decididamente me precipito: comer o no comer (y qué comer); salir a la calle y salir a las luces y los coches un sábado por la noche o quedarme arrellanado en la covacha; ingerir tal pastilla, tal dosis de cerveza, tal sesión meditativa: gestionar la ansiedad a cada momento. Atreverse o no atreverse. Hablarle a esta persona (prometedora, útil, con tal sólo quererlo, para mi vida) o no hacerlo. Mirar o no mirar. Enamorarse o no enamorarse; encaramarse al precipicio. Y este anfractuoso discurrir es regido por lo arbitrario y bajo el neumático soplo del instinto de autoconservación, siempre presente, aval de moderación y equidistancia por través de este otro mecanismo, el miedo, que hasta ahora no comprendo. Inicua economía cotidiana. Inicua necesidad de economía cotidiana. Desganados gestos de una vida absolutamente mediocre.
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