Algunos se afanan siempre por conseguir altas metas en la fama, el prestigio, la riqueza o el bienestar. La ambición se ha repartido mal. Mientras unos la utilizan al máximo, hasta reventar el corazón, otros la desprecian hasta la más completa inacción, que los hunde en la más profunda de las depresiones. Entre ambos están los mediocres que ni aspiran a mucho ni se conforman con muy poco. En lo justo para ir tirando.
El mediocre flota así por los campos de la indiferencia, ni envidiado por sus éxitos ni despreciado por sus fracasos. Pasa por el mundo sin gritos de triunfo ni llantos de errores. No engorda de abundancia ni adelgaza de restricciones. Aprueba los exámenes. Camina por el borde de las aceras. Coche utilitario. Comida en su casa. Vivienda pequeña. Un solo libro que leer.
Pasa por el mundo sin escándalos al nacer ni al morir. Nadie se acordará de él; ni falta que le hace. El mediocre posee el más alto de los valores: la tranquilidad, y escoge su soledad cuando se le apetece. No es inquietado por envidiosos, ni compadecido por orgullosos... pero nada aporta.
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