Recuerdo que cuando tenía veintipocos años, mis padres me solían preguntar los fines de semana que por qué no salía a dar una vuelta, y mi respuesta siempre era que no me apetecía, cuando en realidad estaba consumiéndome por dentro por el hecho de no tener con quien hacerlo. No tenía confianza suficiente para hacerles saber que no tenía amigos en ese momento (en realidad sí tenía algunos, pero sólo los veía en verano) e incluso les hacía responsables de forma inconsciente. Pero claro, uno no puede pretender que le adivinen el pensamiento (además culpando a los demás si no lo hacen) y menos aún que le solucionen los problemas. Es evidente que mis padres sabían de sobra cuál era el motivo real, y lo hacían de ese modo para ver si soltaba prenda, pero lamentablemente no tenía confianza suficiente para hablar de ese tema tan delicado, debido a mi forma de ser tan absurdamente hermética.
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