Un interesante estudio muestra que existe una barrera psicológica que nos cambia: en cuanto nuestro cerebro descubre que otros pueden juzgarnos, se acabó la espontaneidad y el desparpajo. Nos volvemos sosos en cuanto adquirimos una "teoría de la mente"
Si uno asiste a cualquier fiesta de cumpleaños con críos de diferentes edades, es probable que note enseguida una diferencia brutal entre el comportamiento de unos y otros en función de la edad. Lo habitual es que los más pequeños se entreguen de forma desatada al baile y el cante, sin ningún tipo de pudor, mientras que los más mayores- en especial si se acercan a la adolescencia- se muestran más reservados.
Para saber los motivos concretos de este fenómeno, los investigadores Lan Nguyen Chaplin y Michael Norton han realizado un experimento que describen en Scientific American y aunque arroja resultados bastante obvios resulta muy revelador. Su estudio – publicado en la revista Child Development - consistió en reclutar a 59 niños con edades comprendidas entre los 3 y los 9 años de edad y darles cuatro actividades a elegir: 1) Cantar una canción que ellos eligieran 2) Hacer un baile que les gustara 3) Hacer círculos rojos en una hoja de papel o 4) Colorear un cuadrado. Las dos últimas opciones, confiesan, eran de mero control, para conocer quiénes eran aquellos que preferían hacer cualquier cosa que no fuera cantar ni bailar.
¿Los resultados? Los resultados son tan espectaculares que sorprendieron a los propios investigadores. Solo el 6% de los niños con entre 3 y 4 años evitó cantar y bailar, mientras que entre los de 11 a 12 lo evitaron el 75%. Es decir, preferían ponerse a colorear un cuadrado antes de exponerse a las miradas de los demás.
Para contrastar si su hipótesis era correcta, los científicos cometieron a los chicos posteriormente a una serie de test clásicos para comprobar si han desarrollado lo que se denomina "teoría de la mente". Esto es, si habían desarrollado la habilidad para comprender que los demás pueden tener un punto de vista diferente al nuestro. Este tipo de pruebas son muy sencillas y se suelen hacer con títeres. Un personaje, en este caso Sally, entra en escena con un cochecito de juguete que introduce en una cesta. Cuando se va, entra otro personaje, Anne, que lo cambia de sitio y lo pone en la caja. ¿Dónde mirará Sally cuando vuelva? Los niños que han desarrollado una teoría de la mente saben que Sally no tiene la información que ellos, de modo que predicen que mirará en la cesta. Los niños más pequeños creerán que Sally ha visto lo mismo que ellos y que mirará en la caja, donde Anne escondió el juguete mientras ella estaba fuera.
Como era predecible, los niños de entre 3 y 4 años no acertaron la respuesta correcta mientras qe los mayores sí, lo que lleva a los autores a establecer una correlación y concluir que los niños son más propensos a evitar bailar o cantar en público a partir del momento en que descubren que los otros pueden juzgarles y tener su propia opinión. Hasta ahora, argumentan, este cambio se asociaba con la llegada de la pubertad (que sin duda lo acentúa), pero ellos consideran que coincide con la aparición de la teoría de la mente.
¿Es una simplificación que necesita más experimentos y pruebas más contundentes? Es probable. Aún así, el estudio tiene un trasfondo interesante y la conclusión es fantástica. ¿Alguna vez has visto a alguien más feliz que un niño de 4 años cantando la canción de Frozen "Let it go"?, se preguntan los autores. Tal vez, concluyen, es el momento de que los mayores también nos ‘dejemos ir’ y salgamos a bailar a la pista (se supone que sin recurrir a sustancias desinhibidoras como el alcohol, claro).
Referencias: Why We Think We Can’t Dance: Theory of Mind and Children’s Desire to Perform (Child Development) Why Don’t You Want to Sing and Dance in Public? (Scientific American) | Imagen: Kris Krüg (Flickr, CC)
https://es.noticias.yahoo.com/blogs/...124234038.html