Adan se levantó y apagó el despertador una vez más. Prometió la noche anterior no volver a escribir un cuento, aunque su afán de atención y necesidad de aprobación le incitaban a ello cada vez que leía un comentario en alguno de sus cuentos, que le renovaban la ilusión de creer que era un chico especial, intelectualmente hablando.
Todo lo que escribía, lo hacía siguiendo el esquema literario que tanto había leído en las novelas descriptivas y policíacas, las cuales imitaba estructuralmente, dando la ilusión de aptitud y calidad literaria, para un lector conformista o ingenuo. Sus cuentos no tenían alma, así como él, que se creía puro intelecto, y que despreciaba sistemáticamente las mentes ajenas, por considerarlas inferiores a la suya, aún sin conocerlos.
Una vez conoció a un chico, del cual envidiaba su talento literario y lucidez. Y quiso borrar su huella literaria del foro, mediante sus cuentos que salían como churros, escatologicamente hablando.
Confundía la inteligencia con la sabiduría, y pensaba ingenuamente que la inteligencia era superior, sin saber que la sabiduría se forma a través del empirismo y la práctica, de la experiencia vital, y la inteligencia, en cambio, es la mecánica resolución de problemas concretos y tangibles , no así morales, como lo hace la sabiduría, que son problemas más profundos y complejos. Confundía muchas cosas y decía no entender el significado de algunas palabras, como si no tuvieran defunción en el diccionario, con el afán, otra vez, de resaltar su autoconcebida particularidad mental e individualismo absoluto.