Al fin se había dado cuenta de que los cuentos de hadas no existían, que ni los buenos eran tan maravillosos y honorables, y ni los malos tan horribles y despiadados. Había dejado de ser la niña ingenua que vivía en su mundo de fantasía, y ahora ahí estaba, encerrada en la jaula de oro ante un hombre que, a su modo, era más caballero que cualquier guardia real.
Sandor pudo ver lo perdida que estaba, una pequeña balsa a la deriva en un mar demasiado grande. De pronto, sintió el feroz impulso de poseerla en ese mismo instante, de hacerla suya y no permitir que nadie además de él le produjese el más mínimo dolor o el más grande de los placeres, y fue este impulso el que le empujó a decir.
-Yo os salvaré.
Sansa abrió los ojos sorprendida por lo que acababa de decir, pero antes de poder decir nada, el Perro la besó. Fue un beso lleno de furia y deseo, en el que él tiró de su pelo para alzar su rostro y besarla en más profundidad. Era un beso salvaje, duro, y cuando la joven respondió al beso, embriagada por la pasión, Sandor perdió el control. La agarró fuertemente de los hombros y la tumbó en la cama, quedando su joven cuerpo bajo la gran mole que era él.
Aun sin vestir la armadura de placas, seguía siendo enorme. Ahora tan solo llevaba unos pantalones de cuero blando y una camisa de lana teñida de negro. Sansa había sido contagiada por la lujuria de aquel beso, y ahora deseaba más, pero cuando intentó acercarse a sus labios se dio cuenta de que el Perro le estaba sujetando las muñecas sobre su cabeza. Él se percató de lo que ella pretendía, por lo que liberó sus muñecas de la presa de sus manos; la joven entrelazo sus brazos alrededor de su fuerte cuello, se aproximó a él y le devolvió un nuevo beso.
Que ella le besara era más de lo que podía soportar, no podía ser gentil con ella, ni podía ni quería. Deseaba poseerla, hacerla suya con ferocidad, así que se irguió un poco, puso sus enormes manos sobre la tela que cubría el pecho de la joven y tiró, desgarrando el vestido y dejando así su pecho y vientre al descubierto. Era hermosa, ruborizada como estaba por encontrarse semidesnuda ante él, como nunca había estado ante ningún otro hombre. Él lo sabía, y eso le complació muchísimo, sabía que sería su primer hombre, y de adelante siempre lo sería, pues los perros eran posesivos con sus presas. Su piel era nívea, cálida y suave como el terciopelo, y entonces el Perro sintió que antes de hacerla suya tenía que decirle algo. Se aproximó a su oído y Sansa sintió su cálido aliento en parte de su rostro y el lado quemado de su cara rozando su mejilla. Entonces, Sandor murmuró con voz ronca.
-Di mi nombre pajarillo, voy a hacerte mía, no voy a ser delicado contigo, di mi nombre pajarillo, quiero que te quede bien claro que soy yo quien te folla...
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