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Antiguo 07-ene-2016  

Inexorable destino, final desconocido donde impactamos por última vez tras haber atravesado incontables muros de cristal. Mas el muro que cierra nuestra historia no tratará de aparentar ser diferente. Soy movido a merced de la mecánica de la quietud, me abruma el anclaje a la eternidad; sin embargo, ya intuyo el borde de la misma. Encoge la realidad que me aprieta y se transforma en la clarividente quimera de un sueño.

Mi consciencia despierta en la concentración onírica de una estancia habitual, mi hogar. La ficción se desliza suavemente bajo el escenario posibilitando lo improbable. Aquí está ella, en horas muertas cuando nadie falta, visitando mi morada como si familiar fuera. Yo no estoy mucho más lejos de la inactividad que a todos nos atrapa en este momento. Llegó con un archivador contenedor de sus propios recuerdos, procedentes de un futuro acontecido, y un breve informe médico. Tan solo bastó un primer contacto con el mismo para reconocer que el tiempo, aun congelado, había envejecido tanto como mi interior y se había expandido. Solo unos segundos hicieron discurrir años; en cambio, no por ello éstos iban a ser para mí otra cosa que breves segundos de profunda sumisión a la desidia. Comienzo a leerlo detenidamente mientras ella permanece ociosa navegando con el ordenador de mi dormitorio. Con solo 20 años, ha viajado y contemplado paisajes tan hermosos y sorprendentes que harían dudar sobre lo mágico hasta a la persona más escéptica. Se había enamorado de un hombre con quien descubrió el amor de pareja. Mientras leo no puedo evitar sentirme ser inánime, siento el vacío. Tampoco consigo evitar el recuerdo de la aislada y alta torre que me apresa, forzándome a experimentar la más devastadora de las soledades allá en el inmenso y abierto cielo. Mi titánico y persistente esfuerzo por vivir había sido inútil. Ella fue mi obsesión, parte de un objetivo pospuesto por mi puntual incapacidad, nunca era el momento. Tampoco su vida estaba libre de imperfecciones, y es que fue dejada por su pareja tras quedar embarazada. Así es, el parte médico que trajo consigo revelaba su condición actual. ¡Ay, si fuera broma del destino! Pero la misma realidad se impone cuando verifica su carácter irreversible. Me consume el dolor al ver que la oportunidad nunca espera, hasta ahora creí que todavía nada habría cambiado. Termino de leer y ella sigue ahí, sentada. Desde que llegó no he tenido un interés especial en acercarme a ella, quizás por la sorpresa de su visita inesperada, al fin y al cabo su mera presencia indica su interés por hablar conmigo. Entro a la ducha y mientras tanto ella abandona mi hogar. El agua tibia recorre mi piel, yo trato de entender y aceptar los hechos. Consigo reponerme y experimento cierto grado de calma y satisfacción. Al salir del aseo me dirijo a mi ordenador, allí encuentro una nota escrita había dejado antes de marcharse. Su escrito es breve y cálido, desea dar un paseo junto a mí. Acepto encantado, quisiera conocer mejor a la conmovedora figura que me sugiere tanto interés. El momento y el lugar están escritos.

No queda mucho tiempo hasta el encuentro. Me deshago del pijama para vestirme y acto seguido salgo de camino al lago. Allí está su persona, esperando ahí tal y como había prometido, pero no está sola. Me integro en el grupo, aunque ella y yo tratamos de ir juntos. Las palabras son pocas, el grupo marcha a un centro social cuyo salón dispone de una extensa fuente central alrededor de la cual descansan todo tipo de cómodos asientos. Es la primera vez que voy a un sitio como éste, es un salón precioso por lo que en ocasiones dedico una pausa para admirar su belleza. Sintiendo la notable comodidad que me proporciona una estancia tan confortable me decido a iniciar el primer contacto con ella. Me siento a su lado, le sonrío y ella devuelve la sonrisa. El salón, tan interesante como ella, me parece un buen tema para lanzar la conversación así que le pregunto por su opinión. Después de contar la mía ella rescató la idea del paseo y abandonamos el salón.

Andar es una actividad simple que para mí alberga un valor incalculable. Caminar junto a la persona correcta evoca en mí el sentir del fin del mundo, el cataclismo por excelencia que anuncia que el próximo será el último suspiro. Es el colapso del autómata, paradójica improvisación de una estructura reticente y cerrada en sí misma. La tensión se relaja, desaparece, y desbloquea un torrente de emociones y sentimientos. Mi identidad estalla y se propaga en todas direcciones. Soy el Sol y la Luna, soy la tierra que me sostiene y me alimenta, soy cada ser viviente que junto a mí coexiste, soy cada minúsculo detalle del universo donde habito. Conversamos y escuchamos. Damos la descripción de un coloso que nos persigue y atormenta, ubicuo y cuya apariencia depende del observador. Quien es sufre del mismo, pues constituye un ingrediente indispensable del ser. Por primera vez, nuestro tiempo y espacio se habían coordinado; en verdad, es digno de un sueño. Aumenta el ritmo de su marcha y pronto comienza a correr suavemente, el ejercicio se siente bien. La charla da un giro brusco y se despliega en torno al movimiento. Transitamos los escenarios con tal celeridad que el entorno pareciera sufrir una continua metamorfosis. Nos divertimos comparando nuestras habilidades a través de retos espontáneos hasta que ella esprinta. Me dispongo a esprintar yo también pero cuando empiezo algo ocurre, mi velocidad disminuye. De hecho aplico más esfuerzo, aunque al contrario de lo que cabría esperar me ralentizo. Es un límite extraño, trato de repetir el sprint unas veces más pero siempre obtengo el mismo resultado, es curioso. Había pasado bastante tiempo y ya era de noche, de modo que nos despedimos y volvimos a casa.

Comienza un nuevo día. Mientras sigo en la cama escucho a mi familia comentar acerca del hecho de tener amigos virtuales. No me importa, yo les guardo afecto porque sé que son personas de gran corazón y muy agradables. Después de levantarme de la cama, veo que sobre mi mesa hay una copia del archivador de ella. No tengo claro quién puede haber hecho esa copia y dado que es su información personal dudo en si conservarlo o no. Por el momento decido esconderlo en mi armario hasta una mayor resolución. El original todavía sigue ahí, he de devolvérselo. Pienso en desayunar y repentinamente el móvil emite el sonido de mensaje recibido. Una chica de hace un tiempo me envía un saludo. Su forma de ser siempre me llamó la atención. Quise conocerla, pero como tantas otras veces fui incapaz.

Última edición por Dalton; 23-mar-2021 a las 00:26.
 
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