Pytho tenía 17, aun no tenía un cuerpo de adulto plenamente formado, pero era enérgico y le gustaba el deporte, solía estar de buen humor, aunque necesitaba pasar grandes cantidades de tiempo en soledad para poder estar a gusto consigo mismo. Para él hubiese sido más significativo perder la virginidad que lo que le pasó.
Estaba de vuelta de su paseo en bici diario a las afueras de la ciudad, que daba todos los días antes de desayunar, mirando la carretera de delante. Y de pronto, vio algo increíble, lo que tenía delante desapareció y vio caer un bosque desde una altura de unos dos metros en su lugar. La sacudida de toda esa enorme masa de tierra le hizo caer de la bici y causó desperfecto en los pocos edificios de las afueras, se había hecho una pequeña herida pero ni siquiera la miró, al levantar la cabeza en la lejanía vio volar a unos pájaros de silueta extraña espantados por la caída, que salían del bosque. Fue corriendo hasta el bosque ¿Le habían metido algo en la comida? Si no fuese porque había visto la ciudad desaparecer al tiempo que caía el bosque, habría pensado que su casa había quedado sepultada. Pero ¿y su casa? Apenas lo pensó durante unos segundos, tenía espíritu aventurero, no sentía miedo ante los extraños sonidos que provenían sin duda de la fauna del bosque, sino excitación. Y sus padres y hermano habían ido a un cumpleaños. Sacó su navaja de la bici y escaló como pudo entre la tierra que sobresalía. Si aquello era real, fijo que al día siguiente todo eso estaba vallado por el gobierno y lleno de científicos, pero el paseo y el recuerdo no se lo quitaba nadie. Mientras subía, se le ocurrió que fijo que si pillaba una piedra luego podía venderla bien cara. Y una vez arriba, pensó que mejor una planta o un bicho, porque no había visto plantas tan grandes y raras en su vida y los sonidos a su alrededor procedían indudablemente de la fauna, era una pena haber dejado el móvil en casa, podría haber vendido las fotos mismamente.
Avanzó, alerta por los animales, la adrenalina circulando por su interior. Estaba todo bastante húmedo, sus pies se hundían al pisar en las zonas verdes y había vapor visible por todas partes. No se sentía a gusto con su navaja, así que en cuanto pudo, recogió del suelo una rama cuyo peso le inspiraba más confianza como arma. Se lo estaba pasando pipa, con la navaja afiló uno de los lados para crearse una improvisada lanza, también para divertirse, intentó hacer equilibrio entre unas raíces… con la mala suerte de que debido al musgo y la humedad, resbaló y se clavó la navaja aun abierta en un costado. Al levantarse comprobó que la herida no era grave a primera vista, pero sangraba profusamente y dolía. Lo peor es que alguna clase de instinto le había hecho perder la sensación de diversión y sentir la imperiosa necesidad de marcharse ahora que estaba sangrando. Tenía miedo de atraer algún depredador o de no poder defenderse bien estando herido.
Como si sus mayores miedos se conjurasen delante de él, apareció ante sus ojos lo que podría describirse como un insecto alado enorme, del tamaño de un niño. El ¿peludo? insecto batía sus enormes alas amenazadoramente mientras se acercaba, a intervalos regulares. Sin embargo no volaba. Sus seis patas apenas parecían poder sostener el peso del cuerpo semisegmentado pero entre ellas, por debajo a diferencia de los escorpiones y tantos otros bichos que Pytho conocía, asomaba un enorme aguijón que rezumaba un líquido que no auguraba nada bueno.
Ninguna coraza recubría su cuerpo, así que el palo-lanza podía dar alguna oportunidad, al menos para mantenerlo alejado. Por lo general los animales venenosos son muy rápidos y de un solo ataque en plan resorte, no quería acercarse al aguijón, ni se atrevía a darse la vuelta y echar a correr para no dejar un hueco a su defensa. Con ambas manos sujetó su primitiva arma, concentrado de lleno en la situación, la navaja aun estaba en el suelo, pero no quería agacharse y representaba acercarse demasiado para atacar. Mientras observaba los movimientos del bicho, se dio cuenta de que parecía desorientado y poco coordinado, como moribundo. Además el incesante aleteo le recordaba demasiado al de los bichos cuando se mojan o están heridos e intentan volar pero no pueden. La bestia dio un traspié y quedó mal colocada, con un grito, Pytho aprovechó la ocasión y se abalanzó sobre él ensartándolo con su lanza, sorprendido de la poca resistencia que había ofrecido al ser atravesado. Inmediatamente después saltó hacia atrás y recogió su navaja, atento siempre al aguijón, que el bicho se movía de un lado a otro frenéticamente junto a su cuerpo. Una sustancia verde claro goteaba bajo su abdomen por la herida, el aleteo de sus alas continuaba, al principio más frenético, pero ahora más débil. Sin duda la herida era grave y ahora era el bicho el que trataba de alejarse.
Pytho buscó algo más que pudiera servirle de arma a su alrededor y cogió una piedra pequeña, sorprendido por su enorme peso. Ahora que sabía la… ¿consistencia? Del bicho, semejante a la de una mosca, pensaba que algo pesado daría mejor resultado que algo afilado. Fue un gesto inútil, porque el bicho yacía inmóvil encima de un charco verde, con la lanza aun ensartándolo. Se metió la piedra en el bolsillo y buscó otro palo, tocó con desconfianza el cadáver, de nuevo sorprendido ante lo frágil de este, pues con un poco de presión ya le hacía un agujero. Una vez seguro de que estaba completamente muerto, se dispuso a mutilar la parte del aguijón. Y luego, olvidándose por completo de su propia herida y tremendamente orgulloso de su presa, se cargó a la espalda a todo menos al aguijón (no pesaría más de 20 kg, estimó) y enfiló para casa dejando un reguero verde y un tufo asqueroso por el camino. Seguramente todos estarían en shock por todo aquello, sobre todo su familia que había perdido la casa, pero llegar con una brocheta de bicho raro y venderla a algún friki por una millonada iba a dar el puntazo. Iba como la lechera, pensando ya en qué haría para cargarlo en la bici, cómo haría para conservarlo si no cabía en una nevera y pocas casas no habían desaparecido…y al llegar a la linde del nuevo bosque, fue él el sorprendido, al ver helicópteros y cazas del ejército sobrevolándole, unos pocos policías intentando vallar la entrada y retener a los periodistas que por distintos lugares iban colándose en el bosque con sus cámaras y a un nutrido grupo de militares, españoles y yanquis, que probablemente estaban esperando a que llegase un mandamás y se entretenían apartando a los policías y apuntando hacia el bosque. Y como no podía ser de otra manera, alguien vestido de verde y visiblemente nervioso le apuntó con un arma bastante más acojonante que su palo o su navaja, diciéndole que se tirase en el suelo.
Meanwhile, la capital de España sigue siendo Madrid para los no registrados.