Es extraño, pero es como si la persona seducida se convirtiera, para el seductor, en una especie de figura solemne, fría... como si de una divinidad condenatoria se tratase.
En ese momento se siente una pobre de ingenio, y aunque se intente poner todo el ahínco del ánimo, los recursos siguen siendo tristemente escasos. Y es entonces cuando empiezas a hablar por no callar, y a decir tonterías perogrullescas, por tanto.
Sin embargo, con ello causas en el otro (quien, en circunstancias normales y con un interlocutor más o menos competente, funciona bien) un aburrimiento casi metafísico.
De todos modos, tu situación tiene disculpa, puesto que se trataba de una desconocida con la que tuviste que actuar improvisadamente. Así que, haberte propuesto el reto ya denota un dotadísimo espíritu de aventura xD
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