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Antiguo 20-ene-2014  

Cuando nos adentramos en el bosque todos nuestros sentidos despiertan. Nos sentimos a gusto y en paz. Sentimos que formamos parte de la naturaleza.
Caminamos en silencio, cada vez más adaptados al medio. Damos un paso tras otro y cada vez que ponemos el pie al suelo es amortiguado por las hojas, el musgo, la hierba... Notamos una brisa y olemos el aire. Nos trae muchos olores, alguno nos es familiar pero otros los desconocemos aunque queremos seguir avanzando y descubrir el bosque más espeso.
De repente un fuerte ruido nos sobresalta y dirigimos la vista hacia él. Vemos un ciervo que se ha percatado de nuestra presencia antes de que nosotros lo veamos. Pensamos en el ciervo, por que huirá de nosotros? Como se las apañará en el bosque? Sobrevivirá al crudo invierno?
Decidimos estar más atentos la próxima vez y poder verlo antes que él a nosotros.
Oyes un extraño ruido encima de ti, levantas la cabeza y vemos una ardilla ocupada comiendo los piñones de una piña.
En medio de la espesura del bosque nos llama la atención un leve ruido de como si arrancaran hierba. Muy sigilosamente avanzamos hacia de donde proviene ese sonido. Ahora si, podemos ver tranquilamente a un grupo de ciervas pastando con sus cervatillos. Nos quedamos hipnotizados mirándolos hasta que de repente pisamos una rama sin querer y salen todos corriendo no sin antes cruzar la mirada con un bonito ciervo macho de gran cornamenta que estaba a escasos metros de nosotros y no habíamos visto antes. Nos vamos del bosque con una sensación agradable de paz, tranquilidad y ganas de volver.


Ahora volvemos a la ciudad. Nuestros sentidos se atrofian, actuamos por inercia sin pensar las cosas. Nos sentimos fuera de lugar, vemos a un niño llorando porque su madre no le ha comprado un juego para el ordenador, un grupo de adolescentes riéndose de un chico que pasa con gafas y con prisa.
Nos paramos y miramos a nuestro alrededor, todo el mundo va con prisas, nadie nos mira a la cara y casi chocan con nosotros porque van con la cabeza gacha mirando el movil. Nada tiene sentido, es todo tan absurdo.
Damos un paso tras otro y sin querer chutamos algo. Una lata vacia, nos fijamos bien y todo el suelo esta lleno de basura.
Notamos una brisa y olemos el aire. Empezamos a toser al instante a causa de la gran contaminación.
No quieres seguir avanzando porque te aterra lo que puedas encontrarte. Entras en un bar y hay algo que te llama la atención en la pared, si, lo recuerdas, lo has visto antes en algún sitio... NO PUEDE SER! es la cabeza del ciervo que habías visto antes en el bosque. Una pena y rabia profunda te sacuden. Ahora entiendes por que el ciervo huía del hombre. Salimos del bar y nos llama la atención lo zombie que va la gente, parecen robots . Pasan caminando con las cabezas hacia abajo mirando fijamente sus pantallas. Parece ser que eso es lo que les hace felices, están absorbidos por el móvil. No le prestan la más mínima atención a su entorno.


Os animo a que levantéis la cabeza de esas pantallas y miréis más allá. A que descubráis los rincones más escondidos del bosque donde todo está como debería estar si el hombre no lo destruyera. Os animo a que protejáis vuestro entorno y prestéis atención a las pequeñas cosas que os pueden dar fuerza en un día de bajón. Os animo a que podáis ver esa flor escondida en el sotobosque, a que podáis ver más allá de lo que tenéis justo en frente porque muchas veces vemos una pared y no nos fijamos en que tiene un pequeño agujero por donde si nos asomamos podemos encontrar la felicidad.

Por último me gustaría dejaros este fragmento de la carta que escribió el jefe indio de Seattle al hombre blanco:

Había una gran diferencia en la actitud de los indios y de los caucasianos con respecto a la naturaleza; esta diferencia hacia de los primeros unos ecologistas, mientras que hacía de los segundos unos destructores natos. Los indios, al igual que todas las demás criaturas vivas, dependían de su madre común, la naturaleza. Se consideraban, por lo tanto, hermanados con todas las criaturas, a las que concedían los mismos derechos que se concedían a sí mismos, y amaban y respetaban todo lo que había en la tierra. Pero la filosofía de los caucasianos era: "Las cosas de la tierra no tienen ningún valor", así que se permitían despreciarlas y denigrarlas. Como de juzgaban dignos de ocupar una posición de orden superior en la escala natural de la vida, las demás criaturas eran de inferior valía y no tenían sus mismos derechos. Ésta era la actitud que regía su conducta frente a las cosas de la tierra: estaba en su poder el derecho a la vida, de modo que podían destruir sin contemplaciones a las demás criaturas. Y así fue como talaron los bosques, exterminaron a los búfalos, provocaron la extinción de los castores y dinamitaron las presas que tanto esfuerzo les habrá costado construir, permitiendo así que las inundaciones causaran tantos daños que hasta los pájaros del bosque tuvieron que enmudecer. Los grandes pastizales que perfumaban el aire han sido arrasados; los manantiales, los arroyos y los lagos, que cuando yo era joven todavía estaban vivos, ahora se han secado; y además han condenado a todo un pueblo a la degradación y a la muerte. El hombre blanco se ha convertido en el símbolo de la destrucción de toda la vida natural de este continente. No mantiene ninguna relación con los animales, y por eso los animales huyen de él cuando lo ven acercarse, pues los dos no pueden vivir juntos en el mismo territorio.

No pensábamos que las grandes llanuras abiertas, las bellas colinas ondulantes y los tortuosos arroyos de vegetación enmarañada fueran “salvajes”. Sólo para el hombre blanco era la naturaleza “salvaje” y sólo para él estaba la tierra “infestada” de animales “salvajes” y gentes “salvajes”.

Para nosotros era mansa. La tierra era generosa y estábamos rodeados de las bendiciones del Gran Misterio. No fue hasta que el velludo hombre del este vino y en brutal frenesí apiló injusticias sobre nosotros y las familias que amábamos que comenzó la tierra a ser “salvaje” para nosotros. Cuando los mismos animales del bosque comenzaron a huir de su cercanía, fue entonces que para nosotros el “Salvaje Oeste” comenzó.
 
Antiguo 20-ene-2014  

muy cierto. al principio pensaba q iba a hacer una simbologia con los animales y nosotros, los fobicos sociales, por eso de q huian de la gente o les daban miedo. pero veo q no tiene nada q ver con la fs.
 
Antiguo 21-ene-2014  

Es un texto para que reflexionéis. No os cerréis tanto en la fobia, hay cosas bonitas que merece la pena ver y están ahí fuera, esperándonos.

Justo antes del fragmento de la carta hay un párrafo donde hablo con doble sentido pero claro, se tiene que entender.
 
Antiguo 21-ene-2014  

Me ha encantado, ¡es tan bonito! Y me ha sorprendido porque yo pienso exactamente lo mismo que tu. Por desgracia, la mayoría estamos condenados a arrastrarnos en la jungla de asfalto, que también tiene su belleza, no podemos negarlo, y sin embargo solo es una manera de querer dominar y domar lo que no deberia haber sido domado. Nos queda solo encontrar esos pequeños detalles fantásticos que aún aquí existen, si levantamos un poco la vista y miramos a nuestro alrededor.

Hay un lote baldio cerca de mi casa en el que hacen celebraciones, fiestas grandes, y esta muy lleno de basura...entre esta basura, hay muchos pedazos de botellas, muchos fragmentos, bastantes. Pues bueno, si pasas por ahí a cierta hora, cuando el sol pega en cierto ángulo, se refleja en todos esos fragmentos de vidrio e instantaneamente tienes un mar de luz, justo delante de ti, entre la basura, entre la pestilencia y el ruido de la Ciudad.

Es en cierta forma terrible, pero hay que acostumbrarse u.u

El Bosque Agreste; sí. Antaño, él lo sabía, en los tiempos en que Federico Barbarroja era emperador de Occidente, el Bosque Agreste comenzaba del otro lado de las vallas de troncos de las aldeas, más allá de las lindes de las tierras cultivadas; el corazón del Bosque, donde habitaban lobos y osos, y brujas en cabañas evanescentes, dragones, gigantes. Dentro del poblado, todo era racional, ordinario: allí había seguridad, vecinos, fuego, alimentos y todo el bienestar que un hombre podía ambicionar. Era del otro lado, en el Bosque Agreste, donde te podía acontecer cualquier cosa, donde podías tener cualquier aventura: era allí donde arriesgabas la vida a cada instante.

Pero ya no. Ahora todo se había trastocado. Allá, en Bosquedelinde, la noche no albergaba terrores; los bosques eran mansos, sonrientes, confortables. Él ignoraba si en Bosquedelinde, en las tantísimas puertas de la casa, funcionaría aún algún cerrojo; a decir verdad, él nunca había visto ninguna cerrada con cerrojo. En las noches calurosas, solía dormir a cielo abierto en los porches, e incluso en el bosque, prestando oído a los rumores y al silencio. No, era en estas calles donde uno veía lobos, reales o imaginados, aquí donde uno trancaba sus puertas contra las asechanzas de cualquier criatura aterradora que pudiera andar merodeando Allá Afuera, como trancaban antaño las de sus cabañas los habitantes de los bosques; se contaban historias espeluznantes de lo que podía acontecer aquí después de la caída del sol; aquí tenías las aventuras, ganabas las recompensas, aquí aprendías a vivir con el terror en la garganta y a apoderarte del tesoro; este lugar, sí, era ahora el Bosque Agreste, y Auberon era un habitante del bosque.
 
Antiguo 21-ene-2014  

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Última edición por Metro; 08-ago-2015 a las 13:28.
 
Antiguo 21-ene-2014  

Cita:
Iniciado por Elodin Ver Mensaje
Me ha encantado, ¡es tan bonito! Y me ha sorprendido porque yo pienso exactamente lo mismo que tu. Por desgracia, la mayoría estamos condenados a arrastrarnos en la jungla de asfalto, que también tiene su belleza, no podemos negarlo, y sin embargo solo es una manera de querer dominar y domar lo que no deberia haber sido domado. Nos queda solo encontrar esos pequeños detalles fantásticos que aún aquí existen, si levantamos un poco la vista y miramos a nuestro alrededor.

Hay un lote baldio cerca de mi casa en el que hacen celebraciones, fiestas grandes, y esta muy lleno de basura...entre esta basura, hay muchos pedazos de botellas, muchos fragmentos, bastantes. Pues bueno, si pasas por ahí a cierta hora, cuando el sol pega en cierto ángulo, se refleja en todos esos fragmentos de vidrio e instantaneamente tienes un mar de luz, justo delante de ti, entre la basura, entre la pestilencia y el ruido de la Ciudad.

Es en cierta forma terrible, pero hay que acostumbrarse u.u

El Bosque Agreste; sí. Antaño, él lo sabía, en los tiempos en que Federico Barbarroja era emperador de Occidente, el Bosque Agreste comenzaba del otro lado de las vallas de troncos de las aldeas, más allá de las lindes de las tierras cultivadas; el corazón del Bosque, donde habitaban lobos y osos, y brujas en cabañas evanescentes, dragones, gigantes. Dentro del poblado, todo era racional, ordinario: allí había seguridad, vecinos, fuego, alimentos y todo el bienestar que un hombre podía ambicionar. Era del otro lado, en el Bosque Agreste, donde te podía acontecer cualquier cosa, donde podías tener cualquier aventura: era allí donde arriesgabas la vida a cada instante.

Pero ya no. Ahora todo se había trastocado. Allá, en Bosquedelinde, la noche no albergaba terrores; los bosques eran mansos, sonrientes, confortables. Él ignoraba si en Bosquedelinde, en las tantísimas puertas de la casa, funcionaría aún algún cerrojo; a decir verdad, él nunca había visto ninguna cerrada con cerrojo. En las noches calurosas, solía dormir a cielo abierto en los porches, e incluso en el bosque, prestando oído a los rumores y al silencio. No, era en estas calles donde uno veía lobos, reales o imaginados, aquí donde uno trancaba sus puertas contra las asechanzas de cualquier criatura aterradora que pudiera andar merodeando Allá Afuera, como trancaban antaño las de sus cabañas los habitantes de los bosques; se contaban historias espeluznantes de lo que podía acontecer aquí después de la caída del sol; aquí tenías las aventuras, ganabas las recompensas, aquí aprendías a vivir con el terror en la garganta y a apoderarte del tesoro; este lugar, sí, era ahora el Bosque Agreste, y Auberon era un habitante del bosque.
Me alegro de que te haya gustado. No estamos destinados a eso, no si no queremos. Somos dueños de nuestro futuro y de nuestros actos. Así que si queremos podemos salir de las ciudades. Nadie dice que sea fácil pero en nuestras manos esta intentarlo.

Lástima que sea por la basura. Aunque lo que describes puede que también se pueda ver con ayuda del sol en una charca, una piedra o la nieve.

Gracias por tu escrito.
 
Antiguo 21-ene-2014  

No está mal...tu relato logró hacerme soñar un rato.
 
Antiguo 22-ene-2014  

Siempre puedes seguir soñando si te escapas a las montañas.
 
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