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Antiguo 28-ago-2012  

¿Saben de qué les voy a hablar?

Esta historia comienza cuando Nasrudin llega a un pequeño pueblo en algún lugar lejano de Medio Oriente.

Era la primera vez que estaba en ese pueblo y una multitud se había reunido en un auditorio para escucharlo. Nasrudin, que en verdad no sabia que decir, porque él sabía que nada sabía, se propuso improvisar algo y así intentar salir del atolladero en el que se encontraba.

Entró muy seguro y se paró frente a la gente. Abrió las manos y dijo:

-Supongo que si ustedes están aquí, ya sabrán que es lo que yo tengo para decirles.

La gente dijo:

-No... ¿Qué es lo que tienes para decirnos? No lo sabemos ¡Háblanos! ¡Queremos escucharte!

Nasrudin contestó:

-Si ustedes vinieron hasta aquí sin saber que es lo que yo vengo a decirles, entonces no están preparados para escucharlo.

Dicho esto, se levantó y se fue.

La gente se quedó sorprendida. Todos habían venido esa mañana para escucharlo y el hombre se iba simplemente diciéndoles eso. Habría sido un fracaso total si no fuera porque uno de los presentes -nunca falta uno- mientras Nasrudin se alejaba, dijo en voz alta:

-¡Qué inteligente!

Y como siempre sucede, cuando uno no entiende nada y otro dice "¡qué inteligente!", para no sentirse un idiota uno repite: "¡si, claro, qué inteligente!". Y entonces, todos empezaron a repetir:

-Qué inteligente.
-Qué inteligente.

Hasta que uno añadió:

-Si, qué inteligente, pero... qué breve.

Y otro agrego:

-Tiene la brevedad y la síntesis de los sabios. Porque tiene razón. ¿Cómo nosotros vamos a venir acá sin siquiera saber qué venimos a escuchar? Qué estúpidos que hemos sido. Hemos perdido una oportunidad maravillosa. Qué iluminación, qué sabiduría. Vamos a pedirle a este hombre que dé una segunda conferencia.

Entonces fueron a ver a Nasrudin. La gente había quedado tan asombrada con lo que había pasado en la primera reunión, que algunos habían empezado a decir que el conocimiento de Él era demasiado para reunirlo en una sola conferencia.

Nasrudin dijo:

-No, es justo al revés, están equivocados. Mi conocimiento apenas alcanza para una conferencia. Jamás podría dar dos.

La gente dijo:

-¡Qué humilde!

Y cuanto más Nasrudin insistía en que no tenia nada para decir, con mayor razón la gente insistía en que querían escucharlo una vez más. Finalmente, después de mucho empeño, Nasrudin accedió a dar una segunda conferencia.

Al día siguiente, el supuesto iluminado regresó al lugar de reunión, donde había más gente aún, pues todos sabían del éxito de la conferencia anterior. Nasrudin se paró frente al público e insistió con su técnica:

-Supongo que ustedes ya sabrán que he venido a decirles.

La gente estaba avisada para cuidarse de no ofender al maestro con la infantil respuesta de la anterior conferencia; así que todos dijeron:

-Si, claro, por supuesto lo sabemos. Por eso hemos venido.

Nasrudin bajó la cabeza y entonces añadió:

-Bueno, si todos ya saben qué es lo que vengo a decirles, yo no veo la necesidad de repetir.

Se levantó y se volvió a ir.

La gente se quedó estupefacta; porque aunque ahora habían dicho otra cosa, el resultado había sido exactamente el mismo. Hasta que alguien, otro alguien, gritó:

-¡Brillante!

Y cuando todos oyeron que alguien había dicho "¡brillante!", el resto comenzó a decir:

-¡Si, claro, este es el complemento de la sabiduría de la conferencia de ayer!

-Qué maravilloso
-Qué espectacular
-Qué sensacional, qué bárbaro

Hasta que alguien dijo:

-Si, pero... mucha brevedad.
-Es cierto- se quejó otro
-Capacidad de síntesis- justificó un tercero.

Y en seguida se oyó:

-Queremos más, queremos escucharlo más. ¡Queremos que este hombre nos de más de su sabiduría!

Entonces, una delegación de los notables fue a ver a Nasrudin para pedirle que diera una tercera y definitiva conferencia. Nasrudin dijo que no, que de ninguna manera; que él no tenia conocimientos para dar tres conferencias y que, además, ya tenia que regresar a su ciudad de origen.

La gente le imploró, le suplicó, le pidió una y otra vez; por sus ancestros, por su progenie, por todos los santos, por lo que fuera. Aquella persistencia lo persuadió y, finalmente, Nasrudin aceptó temblando dar la tercera y definitiva conferencia.

Por tercera vez se paró frente al publico, que ya eran multitudes, y les dijo:

-Supongo que ustedes ya sabrán de qué les voy a hablar.

Esta vez, la gente se había puesto de acuerdo: sólo el intendente del poblado contestaría. El hombre de primera fila dijo:

-Algunos si y otros no.

En ese momento, un largo silencio estremeció al auditorio. Todos, incluso los jóvenes, siguieron a Nasrudin con la mirada.

Entonces el maestro respondió:

-En ese caso, los que saben... cuéntenles a los que no saben.

Se levantó y se fue.
 
Antiguo 29-ago-2012  

Texto extraido de " Conversaciones con Dios" por Neale Donald Walsch
Pagina 100

Entonces, no tengo que cumplir los Diez Mandamientos para ir al cielo...

No existe ese "ir al cielo" ni nada semejante. Solo existe una certeza de que ya estas alli. Solo existe una aceptacion, un conocimiento; no un trabajo o un esfuerzo para merecerlo.
No puedes ir a un sitio si ya estas en el. Para hacerlo, tendrias que abandonar el sitio donde estas, y eso frustara todo el proposito del viaje.
La ironia es que la mayoria de las personas creen que deben abandonar el sitio donde estan para alanzar el lugar adonde quieren ir. Asi, abandonan el cielo con el fin de alcanzar el cielo, cosa que hacen pasando por el infierno.

La iluminacion consiste en entender que no hay un sitio a done haya que ir, nada que se tenga que hacer, ni nadie que se tenga que ser, excepto precisamente quien uno esta siendo en este momento.
 
Antiguo 30-ago-2012  

Un noble le pregunto al maestro de Zen Takuan, como cree que deberia pasar los dias. Pues el los sentia pasar muy largos en su oficina, atendiendo a las numerosas personas que ibas a diario a rendirle pleitesia.

Takuan le escribio ocho caracteres en chino y se los dios al hombre:

No dos veces hoy,
milimetro tiempo metro gema.

"Este dia jamas volvera, cada minuto es una preciosa gema sin precio."
 
Antiguo 30-ago-2012  

Jiun, un maestro Shingon, era un famoso estudioso de Sanskrit de la era Tokugawa. Cuando era joven, solia ir a dar clases a otros estudiantes.

Esto llego a oidos de su madre, quien le escribio:

"Hijo, no creo que te hayas hecho devoto de Buddha porque quisieses convertirte en un diccionario andante para otros. No existe limite para la cantidad de informacion que puedas aprender, o para la gloria o el honor. Es mi deseo que dejes de dedicarte a impartir clases. Encierrate en algun pequeño templo perdido en la montaña. Entrega tu vida a la meditacion y asi alcanzaras la verdad.
 
Antiguo 30-ago-2012  

La mente de piedra

Hogen, un maestro Zen chino, vivia solo en un pequeño templo en el campo. Un dia, cuatro monjes peregrinos llegaron y le pidieron permiso para hacer un fuego en el patio para calentarse.

Mientras construian un fuego, Hogen les oyo hablar acerca de la subjetividad y la objetividad. Se les unio y dijo: "Supon que hay una piedra muy grande, ¿la cosideras que esta fuera o dentro de tu mente?".

Uno de los monjes le contesto: "Desde el punto de vista del Budismo todo es una representacion mental, asi que yo diria que esta dentro de mi mente."

"Debes de sentir tu cabeza muy pesada," observo Hogen, "si vas por ahi cargando con una piedra como esa en tu mente."
 
Antiguo 01-sep-2012  

Cuento de Gibrán Jalil Gibrán.

Cierto día, dos hombres que se encontraron en la ruta caminaban junto hacia Salamis, la Ciudad de las Columnas. Al mediodía llegaron hasta un ancho río sin puente para cruzarlo. Debían nadar o buscar alguna otra ruta que desconocían.

Y se dijeron: “Nademos. Después de todo el río no es tan ancho”. Y se zambulleron y nadaron.

Y uno de los hombres, el que siempre supo de ríos y rutas de ríos, de pronto, en el medio de la corriente, comenzó a perderse y a ser arrastrado por las impetuosas aguas; mientras, el otro, que nunca antes había nadado, cruzó el río en línea recta y se detuvo sobre un banco. Entonces, viendo a su compañero luchando aún con la corriente, se arrojó otra vez al agua y lo trajo a salvo hasta la orilla.

Y el hombre que había sido arrastrado por la corriente dijo:

- ¿No habías dicho que no podías nadar?
- ¿Cómo es que cruzaste el río con tanta seguridad?

- Amigo -explicó el segundo hombre-, ¿ves este cinturón que me ciñe? Está lleno de monedas de oro que gané para mi esposa y mis hijos, todo un año de trabajo. Es el peso de este cinturón el que me condujo a través del río, hacia mi esposa y mis hijos. Y mi esposa y mis hijos estaban sobre mis hombros mientras yo nadaba.

Y los dos hombres continuaron su camino juntos hacia Salamis.
 
Antiguo 01-sep-2012  

Abel y Caín se encontraron después de la muerte de Abel.

Caminaban por el desierto y se reconocieron desde lejos, porque los dos eran muy altos. Los hermanos se sentaron en la tierra, hicieron un fuego y comieron.

Guardaban silencio, a la manera de la gente cansada cuando declina el día. En el cielo asomaba alguna estrella, que aún no había recibido su nombre. A la luz de las llamas, Caín advirtió en la frente de Abel la marca de la piedra y dejó caer el pan que estaba por llevarse a la boca y pidió que le fuera perdonado su crimen.

Abel contestó:
- ¿Tú me has matado o yo te he matado?
- Ya no recuerdo; aquí estamos juntos como antes.
- Ahora sé que en verdad me has perdonado – dijo Caín – porque olvidar es perdonar.
- Yo trataré también de olvidar.

Abel dijo despacio:
- Así es.
- Mientras dura el remordimiento dura la culpa.

Fuente: cuento corto de Jorge Luis ******
 
Antiguo 01-sep-2012  

Había una vez, un erudito filósofo bien conocido, que se ofrendó al estudio del Zen por muchos años.

El día que finalmente alcanzó la iluminación, sacó todos sus libros al jardín y los quemó.
 
Antiguo 01-sep-2012  

Un maestro y su discípulo caminan. El discípulo pregunta: “¿Adónde vamos, maestro?”

El maestro responde: “Ya estamos”.
 
Antiguo 02-sep-2012  

Gato ritual

Cuando el profesor espiritual y sus discípulos comenzaron su meditación de la tarde, el gato que vivía en el monasterio hizo tal ruido que los distrajo.

Así que el profesor ordenó que el gato estuviera amarrado durante la práctica de la tarde.

Años más tarde, cuando el profesor murió, el gato continuó siendo atado durante la sesión de meditación. Y cuando, a la larga, el gato murió, otro gato fue traído al monasterio y amarrado.

Siglos más tarde, eruditos descendientes del profesor espiritual escribieron doctos tratados sobre la significación religiosa de atar un gato para la práctica de la meditación.
 
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