Hay por mucho que diga Marx, una filosofía de la miseria más próxima a la desolación de los ancianos vagabundizos e irrisorios de Beckett que al optimismo voluntarista tradicionalmente asociado al pensamiento progresista. Miseria del hombre sin Dios, decía Pascal. Miseria del hombre sin misión ni consagración social. En efecto, sin llegar tan lejos como Durkheim, la 'sociedad es Dios', diría con él: a fin de cuentas, Dios no es otra cosa que la sociedad. Lo que se espera de Dios sólo se consigue de la sociedad, que es la única que tiene el poder de consagrar, de salvar de la facticidad, de la contingencia, de la absurdidad; pero -y en eso estriba sin duda la antinomia fundamental- sólo de manera diferencial, distintiva: todo lo sagrado tiene su complemento profano, toda distinción produce su vulgaridad y la rivalidad por la existencia social conocida y reconocida, que salva de la insignificancia, es una lucha a muerte por la vida y la muerte simbólica.
'Citar', dicen los cabilos, es 'resucitar.' El juicio de los otros es el juicio final; y la exclusión social la forma concreta del infierno y la maldición. Debido también a que el hombre es un Dios para el hombre, el hombre es un lobo para el hombre.
- Pierre Bourdieu