Rumplestiltskin, por alusiones, si te interesa, te doy mi opinión.
Por cierto, gracias por lo del nick. Yo, sin embargo aún no me he aprendido el tuyo. Tengo que copiarlo, lo reconozco.
(Estaría bien saber la historia del mismo, a mí me suena a personaje de una película, no recuerdo bien).
Es curioso, todo lo que has descrito también yo lo podría firmar. Y es verdad que se hace para eso que has dicho. Es una forma de llamar la atención sobre tu problema, y de paso intentar evitar que te juzguen mal por tus "limitaciones" a la primera de cambio, poniendote peor de lo que estás. Siempre intentando detectar a alguien que te entienda y te acepte, y en el colmo de la esperanza, que te ayude un poco.
Mi experiencia, como dije, aunque aquella opinión quizá pareciera cargada de rencor y negativismo, es que la gente normal siente un poco de repulsión natural ante una situación, o persona así. Y no digo que no les comprenda.
No hace mucho, una persona bastante sana y equilibrada, quien, según ella, me tenía cierto aprecio, y con la que llevaba mucho hablando (años), un día se hartó, y me pegó un buen corte en un momento de esos en que me estaba autodenigrando. "Si dices que eres bobo, lo serás. Y mucho, ya que tanto lo repites". Algo así me dijo. En plan muy tajante y seco (así lo sentí, al menos).
Nos enfadamos. O mejor dicho, yo me enfadé.
Después de algún tiempo en que coincidimos y volvimos a hablar, surgió el tema. Me explicó que es muy difícil tratar con alguien que se insulta a sí mismo y se minusvalora. La otra persona se siente molesta. Es desagradable.
Tardé en entenderlo, pero me puse en su lugar. Al final, quedamos en que corregiría eso. Desde entonces, evité hablar mal de mí.
Si tenía que decir que había cometido una equivocación, lo decía, pero sin decir: "qué tonto he sido", o cosas así. Si tenía que reconocer una limitación, intentaba ser sincero, pero no tanto que acabase sintiéndome demasiado mal. Si veía que iba a empezar a denigrarme, paraba. Callaba, o cambiaba de tema.
Hace tiempo que no sé de esa persona. Quizá acabó cansándose de todo lo que había aguantado hasta entonces. No lo sé.
Lo que sí sé es que de repetir ese "ejercicio", ahora he cogido la costumbre de insultarme menos cuando hablo con alguien. Puede que no sea gran cosa, pero creo que le estoy agradecido a esa persona.
¿Qué quiero dar a entender con este ejemplo?
Pues que, por lo poco que sé, la sinceridad es buena, pero hasta cierto punto.
Por un lado, no sirve ocultar las dificultades. Tarde o temprano se acaba viendo que algo pasa. Que uno no se comporta con la misma libertad y soltura que "todo el mundo".
No sé dónde oí esta frase, sé que fue hace tiempo, pero desde que la oí, me retumba en la cabeza: "Se puede engañar a todos por un tiempo, incluso se puede engañar a alguien todo el tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo".
Por otro lado, soltar todo lo que le viene a uno a la cabeza, es contraproducente en la relación con los demás. Sobre todo, teniendo en cuenta que los demás también tienen sus problemas, y podríamos sobrecargarlos con una exposición de los nuestros demasiado descarnada.
En resumen, parece ser que lo que se impone es la moderación. No fingir lo que no se es, pero tampoco abrirte de par en par, contando todo lo que te pasa con rigurosa meticulosidad periodística.
En mi opinión, es mejor dejar entender que algo te pasa, dando algún dato de lo que es, o puede ser. Aquí es donde hay que tener muy en cuenta con quién hablas para saber hasta dónde llegar. Hay un momento en que si te pasas, la otra persona puede abrumarse. Es cuando estás dando demasiada información por minuto, por así decirlo.
Por su puesto, habrá quien no lo entienda nunca, desde el primer momento. Pero quizá haya gente que tolere bien la información si la va recibiendo a un ritmo que no le cause demasiado choque.
Si le cuentas a alguien "la cosa nostra" de sopetón el primer día, quizá salga huyendo (después de mirarte extrañamente y poner alguna que otra sonrisilla nerviosa).
Si le vas contando cosas dosificadamente y sin ansiedad, quizá piense que, bueno, son problemas o dificultades, pero nada tremendo. Incluso, puede que nos ayude a relativizarlo, y a potenciar nuestros aspectos "antifóbicos" (como yo los llamo, y que, seguro, tenemos).
Parece que lo de no autodenigrarse es el primer paso.
Pidámos y busquémos apoyos, pero sin hacerle "tragar saliva" a nuestro interlocutor. O sea, sin hacerle pasar un mal trago.
Cierta tranquilidad y naturalidad al contar alguna de nuestras dificultades, ayuda a obtener más empatía que si nos ponemos tensos o tristes. Lo tengo visto. Así que, si uno se siente tenso, es mejor esperar a estar más tranquilo, y dejar que las cosas surjan poco a poco, dependiendo siempre del interés de nuestro interlocutor. En tu caso, tu ex-amigo.
También podría pasar (y pasa, pues también es mi experiencia) que, en el caso de que nuestro interlocutor muestre, para nuestra alegría, más receptividad de lo que estamos acostumbrados, malogremos su buena disposición al buscar más y más comprensión.
Moraleja: no sobresaturar. Un poco de comprensión es mejor que ninguna, provocada por nuestro ansia de más.
Bueno, no sé si te servirá. Esto es lo que pienso hoy, (que estoy un poco más positivo que otros días).
Un saludo, Rumple...(eso)...kin