Efectivamente, Hagia Sofía fue una gran obra. Culminada en tiempos de Justiniano, el último gran emperador romano de la Antigüedad, el último con el empuje suficiente como para poder intentar reunificar la mayor parte del imperio.
La inspiración de la Hagia Sofía la vemos por toda la cuenca del levante mediterráneo (y cuando hablo de levante, me refiero a las costas que más tarde se convertirían en destino de las cruzadas), así como en Bulgaria y Rumanía.
La basílica es el culmen de todo el saber helenístico acumulado durante generaciones en ciudades como Alejandría y Constantinopla, una arquitectura dominada por la matemática y el cálculo preciso. Uno de sus dos creadores, Antemio de Tralles, de hecho era geómetra.