Para la exposición de final de curso, el profesor de dibujo propuso un ejercicio a sus alumnos:
-Traten de dibujar, pintar, maquetar, esculpir o modelar el tiempo.- les dijo.
-¿El meteorológico?- preguntó un chistoso de la última fila.
-No, el que se mide en minutos. El del calendario, el que percibimos como lento cuando esperamos y rápido cuando nos divertimos. Con el que nombramos las edades de las personas y las eras de la historia. Es un tema abstracto y complejo que con vuestra creatividad debéis reflejar en una obra.
Los chicos y chicas trabajaron durante tres semanas en sus proyectos. Se vieron en aula de dibujo, sobre diferentes soportes, bocetos de relojes de arena, órbitas de planetas, manecillas moviéndose como aspas de molinos… y poco a poco todos los alumnos fueron entregando sus obras finalizadas y firmadas, excepto uno, al que apodaban “el súper D mayúscula” por ser haber sido diagnosticado de superdotado en el primer curso, aunque sus calificaciones eran más bien minúsculas.
-¿Dónde está tu ejercicio, Damián?
-Ahora mismo lo hago, maestro.
El chico dibujó algo a la velocidad del rayo.
-¡Ya está!- exclamó con una gran sonrisa.- Siento que todo lo pasado y lo futuro se concentra en un instante, este preciso instante.-Dijo señalando un punto minúsculo en el centro del lienzo.
Su obra fue la elegida para el cartel anunciador de la exposición de ese año, a la que llamaron “Así veo el tiempo”.