¿Cuántas veces quise abandonar para siempre la ilusión?
¿Cuántas veces me dije: “Nunca más debes sentir amor”?
¿Acaso no tengo cicatrices por tantas heridas?
¿Acaso olvidé que el deseo solo me trajo frustración?
Las veces que creí... ¿No lastimaron mi corazón?
Las veces que soñé… ¿No obtuve nada más que dolor?
¿No es verdad que quise endurecer mi alma,
y lanzar al pozo más profundo mis deseos de más valor?
Recuerdo que hace poco discutí con mi corazón.
Yo le dije: “¿Por qué te empeñas en buscar el amor?”.
Y él respondió: “¿Por qué te empeñas en buscar la razón?
Cuándo sientes frío… ¿Acaso no anhelas el calor?”
Una vez desafié a mi alma, y le pregunté:
“¿Para qué insistes en soñar?”.
Con paciencia y suavidad, me contestó:
“Si no quieres ir a ningún lugar, ¿Para qué vas a caminar?”.
Tuve miedo de amar porque me asustaba el dolor,
así que hice el intento de arrancarme el corazón.
Pero mientras lo intentaba, sentí que desfallecía.
Comprendí que si renunciaba al amor, seguro que moriría.
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