Hace unos años me consideraba una persona recta, con una escala de valores clara. Una persona que intentaba en la medida de lo posible hacer siempre lo correcto y buscar el bienestar con el fin de tener una vida lo más ordenada posible.
Desde mi situa ción actual, si vuelvo la vista a esos días, no puedo evitar no reconocerme, pues lo que en su momento era rectitud hoy se ha convertido en todo lo contrario. Me paso las noches borracho, de bar en bar, con la mirada perdida viendo a la gente pasar, beber, reir, besarse. De vez en cuando aparece algún conocido, hablamos un rato y se marcha. Yo sigo allí, sin embargo, clavado en mi asiento incapaz de moverme. A veces simplemente no quiero estar en casa, me aterra la soledad, estar entre cuatro paredes sin poder hablar con nadie es para mí una tragedia vital, por lo que salgo al mundo, a la noche, los veo a todos sin que me vean... como un fantasma los observo vivir y me alimento de la vitalidad que sus cuerpos traspiran.
Después, vuelvo a casa, solo y triste. El domingo a las siete de la mañana me permite pasear solo por la calle, dando tumbos, quizá silbando alguna canción, quizá simplemente manteniendo la vista en mis zapatos para que mis pasos no se desvíen demasiado. Me siento en la cama y pienso en dónde estará mi ex novia, en qué estará haciendo, en si estará durmiendo placidamente o si quizá se ha desvelado y ya está preparandose un café. En si se acordará de mí de vez en cuando. Y me voy a dormir con la sensación de que vivo en una espiral de la que es muy difícil salir, porque en el fondo, y muy a mi pesar, me gusta la sensación de emborracharme y olvidarme de todos mis problemas por unas horas...