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Mi mente de perro...
Me miro en el espejo y veo a un hombre normal, vale, bajito y enclenque con cara de niño, pero podría pasar por un tipo cualquiera. Sin embargo no soy un tipo cualquiera... ¿Por qué? Hay una pieza rota en mi cabeza.
Creo que es la personalidad, bueno estoy seguro, esa es la pieza que no funciona, yo llamo a la personalidad la mente de perro, el núcleo, esa parte dura dentro de nuestra mente que no podemos controlar pero que nos controla a nosotros, que decide cuando debemos sentir odio, cuando excitación, cuando placer, cuando dolor, cuando terror, cuando esperanza, cuando ansiedad... Así nos dirige hacia el camino que ella cree que es el más conveniente para nosotros. Debe ser una parte más primitiva de la mente, más que el razonamiento lógico o intelectual, que el razonamiento desprovisto de emociones como este discurso que estoy soltando, algo anterior a las palabras, tejido solo con emociones. Así deben de sentir el mundo los perros.
Los perros ladran cuando alguien se acerca, lo hacen por instinto, seguro que sienten ansiedad y temor y furia ante el recién llegado, no son capaces de aplicar la lógica y comprender que se trata del cartero o del vecino y que no son ninguna amenaza. Mi mente funciona igual con las mujeres, no soy capaz de comprender que no son mi madre, y mi personalidad despliega su batería química de miedo y odio. Yo no puedo controlar mi mente en ese aspecto, aunque le pida por favor que no haga eso lo sigue haciendo, nadie puede controlar sus emociones, sus deseos, sus temores.
El núcleo (la mente de perro), es más fuerte que el pensamiento lógico, impenetrable, no somos los directores de orquesta de esa parte de nuestra mente, somos sus victimas. Nosotros como conjunto de palabras, como razonamiento último y nuevo añadido de la evolución, solo somos la superficie del estanque y estamos a merced de sus corrientes subterráneas. La personalidad nos dirige.
¿Pero que es la personalidad? Un sistema automático de directrices vitales teledirigidas por emociones que se implementan por si mismas en la raíz de tu cabeza, duran toda la vida y son inmutables e inmortales. La personalidad es un mecanismo primitivo para dirigir nuestras vidas en la buena dirección, sin que nuestra lógica pueda joderlo. Deben existir componentes genéticos y ambientales. Un perro ladra por instinto, pero puede aprender a encogerse ante la zapatilla, a sentir alegría al ver la correa.
La culpa de los trastornos de la personalidad yace en una personalidad enferma y desadaptativa al entorno, hubo una época que en que ese comportamiento era útil, pero ya no lo es, el problema es que tampoco puede cambiar, mutarse. Tienes 28 años, ya no debes temer que por tener un mal día una mujer te cruce la cara, que te de una paliza por tirar el cubo de fregar. Ya no son gigantes inabarcables, pero sigues teniendo miedo, ansiedad, rechazo y odio hacia ellas instintivo. Como un perro aprende que la correa quiere decir paseo, tú aprendiste que amar a una mujer quiere decir dolor, que amar a una mujer es peligroso y contraproducente, que son una amenaza, y no es una conclusión lógica, es un sentimiento.
Para poder ponerte bien deberías ser capaz de reemplazar esos sentimientos, esos instintos, por otros. Para poder ponerte bien y encajar en la sociedad deberías rescribir tu personalidad (por ejemplo borrar tu miedo intrínseco al resto de personas, el percibirlos como una amenaza y disparar la ansiedad en su presencia). ¿Pero cómo se rescribe la personalidad? De hecho parece ser una roca inamovible, un cemento seco que se forma en la infancia y luego ya no puede moverse. Ese sistema automático de comportamientos es inflexible, y si no logras descubrir como reprogramarlo, no podrás ponerte bien.
Y esa es la pregunta del millón dólares de la psicología moderna. ¿Puede un perro dejar de ladrar, dejar de mover el rabo al ver la cadena? ¿Puede un hombre? ¿Puede la mente racional, este atajo de palabras, reprogramar la parte emocional, decidir cuando es oportuno disparar el dolor y el placer, a que temer, a que no?
La respuesta hasta ahora es no. Así que o te conviertes en el verdadero padre de la psicología de verdad (y no la astrología-ciencia barata-calientacabezas desarrollada por capullos que hay ahora). O estás frito, chico, no podrás mirar a una mujer sin ladrar, sin sentir ese cóctel mortal mezcla de pánico, ansiedad, furia asesina, necesidad de venganza y excitación sexual.
PD: Si alguno lo consigue, avisadme. Yo estoy trabajando en ello (es una tarea eterna pero no tengo nada mejor que hacer...).
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