Como en el trabajo suelen aprovechar las efemérides para presentar al público a un personaje destacado, colocando sus obras a la entrada, he tenido la oportunidad de conocer a alguien realmente digno de mención por lo que significó su vida y pueda servir de ejemplo de la realidad que nos circunda.
Hablo de
Alan Turing (no, no intenten buscar este nombre en la Eurocopa
). Fue un matemático e inventor británico, considerado el padre de la computación y la informática moderna. También inspiró la idea de la Inteligencia Artificial. Sus conocimientos fueron fundamentales para el análisis criptográfico que logró descifrar los códigos de
Enigma, la célebre máquina en clave de mensajes, utilizada por los nazis durante
la Segunda Guerra Mundial.
¿Qué pinta versar sobre este individuo aquí? Supongo que lo suyo es tratar mentecateces varias, sin embargo, su vida y, sobre todo, su final invita a la reflexión pausada. Turing fue un chico muy tímido, con mirada aniñada, siempre enclaustrado entre sus libros y aparatos electrónicos. Apenas si se le conocen discursos ni tampoco homenajes (póstumos, como buena sociedad hipócrita). Sus actos eran suficientes para otorgarle un espacio en el proscenio de la ciencia y el heroísmo cívico, no obstante, tenía “un gran pecado”: ser homosexual.
Cuando fue denunciado por unos compañeros de trabajo envidiosos por su orientación sexual se le condenó por “perversión y atentar contra la moral”. No estamos escribiendo sobre el siglo XI o XII, ¡fue en 1952! En un país donde reinaba una niñata, hoy octogenaria dipsómana, Isabel II, y gobernaba un mito fullero como Winston Churchill. La condena le obligaba, una de dos, o a ir al talego o ser castrado químicamente. Optó por esta siniestra segunda alternativa como si hubiese sido una bestia peligrosa.
Después de dos años sufriendo todo tipo de alteraciones en su organismo, tras haber renunciado a su carrera profesional, roto su relación sentimental y sin nadie que le apoyara, se suicidó tomando cianuro.
Tras medio siglo, el gobierno británico tuvo a bien reconocer el daño realizado a este digno hombre. ¡Qué asco me producen este tipo de lamentos falaces para limpiar la conciencia oscura de la intolerancia más mezquina! El muerto en el hoyo y los vivos al bollo. Siga la farsa.
Dejó escrito un delicioso silogismo:
Turing cree que las máquinas piensan.
Turing yace con hombres.
Luego las máquinas no piensan.
Se me ocurre algunos más relacionados con su vida:
Turing puso las bases de la computación.
Turing era tímido.
Luego la computación es falsa.
Turing era aficionado al ajedrez.
Turing se suicidó.
Luego el ajedrez es peligroso.