Tranquilos, no voy a realizar ninguna sinopsis de aquella fallida película con
René Zellweger y
Ewan McGregor. Mi propósito es realizar un dicterio contra ese sentimiento tan funesto que es el amor. El amor, un mero eufemismo de la imperiosa penuria de contacto físico prolongado y apoyo emocional, acaba destrozando muchas vidas. Quizás haya muerto tanta gente por amor que por armas convencionales, estudio del cual nunca obtendremos los datos requeridos.
Todos somos víctimas, sin embargo, las personas con problemas sociales corremos el riesgo de sufrir mayores calamidades debido a nuestra precaria estabilidad emocional. Cuando el amor se aproxima, debería existir una señal, con luces de neón y voz en off advirtiendo del peligro, para huir.
¡Huye, huye, insensato!
El caso es que me encuentro a disgusto por culpa de ese falsario sentimiento. Una chica llevaba un tiempo detrás de mí – nótese el mal gusto de las expresiones pseudo-románticas
- y he tratado como buenamente he podido, a través de varios jeribeques, de contener sus impulsos con la única intención, creo que noble, de que no padeciera un rechazo por mi parte. Además, por una vez que encuentro una persona con un mínimo de interés, ¿por qué iba a echarse todo a perder? Pero era cuestión de tiempo que la situación se volviese insostenible. Y así ha sido.
Tras una tarde tranquila y típica (cine y paseo posterior), llevado por un desgaire en mi acostumbrado recelo, no he tenido peor idea que invitar a la chica al piso. Pensaba que sería un buen momento para confesarle mi orientación asexual, encontrándonos de manera distendida. Pues bien, está claro que soy un zote en esto de interpretar las convenciones sociales
. Nunca creí que circunstancia tan violenta me pudiera ocurrir: encontrarme con una chica en mi sofá, ligera de ropa, mientras iba a traer algo de beber. Una escena tan tópica que no podía pasarme.
¿Mi reacción? Un desastre. Le pedí explicaciones a ese comportamiento tan escabroso y ella abochornada. Creo que no empleé términos adecuados. Traté de enmendarme, empero no iba a existir remedio. Comenzó el intercambio de reproches. En una demostración de estolidez inalcanzable, me declaro asexual, mientras la pobre mujer decía que se había enamorado de mí. Tal comentario, y lo entiendo, le sonó a cuerno quemado. Me asestó un bofetón y se puso a llorar. Recogió sus cosas, diciendo que no quería volver a verme nunca más, que era un enfermo, un chiflado, un marica… Viéndolo con perspectiva, por lo menos, ya no me ve como heterosexual
.
¿Y por qué sucedió todo esto? En efecto, por el puñetero sentimiento relatado más arriba. Sin él no asevero que mi buena relación no se hubiera terminado porque en ello soy especialista, ahora bien, no tendría tan mal cuerpo ni ambas personas hubiéramos pasado una experiencia tan acibarada
. Para reflexionar.