Ford cerrará su planta en Genk, Bélgica, para traer la producción de tres nuevos coches a Valencia. Una buena noticia, un mal síntoma: ya somos mano de obra barata. La crisis nos ha reseteado tan fuerte que parece que ha pasado un siglo y dos dictaduras, pero hace solo unos años, al inicio del túnel, eramos nosotros los que nos quejábamos de que muchas internacionales cerraran sus factorías en nuestro país para aterrizar vía India, Pakistán o Bangladesh en un mayor margen de beneficio. Haced memoria, por entonces teníamos otra ley laboral y nos despedían con 45 días por año trabajado. Incluso los parados de larga duración podían amortiguar la desgracia laboral con una pequeña ayuda.
Es cierto, lo que hace Ford técnicamente no es deslocalizar: ya tenía una fábrica abierta en Almussafes, estamos en el mismo continente y tenemos un mercado común. Pero haced el esfuerzo y mirad un poco atrás: en julio, el salario mínimo interprofesional belga era de de 1.472 euros. Aquí, de los Pirineos al Peñón, 748. Parece que la envidiada marca España se vende en un todo a cien; al menos, si atendemos a la tasa de paro de la que puede presumir Bruselas, tan sólo un 7,5%, más de tres veces menor que el dato patrio. Eso sí, nunca nos han ganado un mundial.
La decisión de Ford es un plato agridulce: trabajo para este lado de la frontera (algo más que necesario y que siga viniendo), desempleo para aquel. Es un dejavú, ya lo habíamos vivido antes pero al revés. Quizá nos iría mejor si empezáramos a tomar conciencia de que un trabajador es un trabajador en todas partes y tiene derecho a ser feliz aquí, en Genk o en Islamabad. Mientras las multinacionales mecen el mundo, la brecha entre Europa del norte y Europa del sur ha pasado de ser un rasguño superficial a abrirnos en canal: ahora salimos más baratos. Avisados estamos con Eurovegas. Una prueba más de que, como en el libro de Saramago, la península Ibérica se ha separado de continente y va a la deriva en el mar. Capitán, estamos a punto de chocar con Grecia ¿Capitán? Calla hijo, calla, que no hay nadie al timón.
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