Hace dos o tres años, en vista de mi singular incapacidad para cristalizar las metas que insistentemente, en mis efímeras ansias de control, me proponía, resolví un propósito antitético y definitivo: no volver a marcarme metas en lo que me restaba de vida. Así las cosas, el caos y la entropía, así como una irresistible sensación de libertad, empezaron a contaminar, a poblar mis recuerdos con su distintivo aroma de putrefacción.
Hoy, en lo que he dado en llamar la supernova, o si se prefiere, el nuevo amanecer de mi existencia, estimo que esas metas no son tan nocivas como me las figuraba, que no he de despreciar esos objetivos que, bajo un prisma psicológico, pueden ayudar a cohesionar mi vida y a dotarla de un sentido (si tal cosa es posible). Asimismo, considero que tal vez mis otrora reflexiones de signo indefectiblemente errabundo me condujeron a lo que podría haber sido el argumento de una tragedia griega con toques hessenianos. Ahora, sé distinguir. He alcanzado un grado mayor de lucidez, y ésa, en la cadena de acontecimientos a los que he dado vida, es una de las mayores dichas experimentables. Sí, soy un ególatra satisfecho.
Pues bien, contradiciendo mi pétrea resolución, me he vuelto a prefijar nuevas metas, empezando por aprobar el condenado examen que tengo este mismo mes, o tratar de disfrutar de los paseos y del cine, o, verbigracia y por muy utópico que pueda antojarse, hallar a una chica inquieta y tímida y adorable (y, a poder ser, de tez pálida) que sepa de cine y literatura con la que tengan lugar prolongadas y voluptuosas conversaciones y amor y cariño. Pero, ¡vaya, es tan indeciblemente arduo encontrar algún sujeto afín a mí! Yo, que he sido calificado de ente excéntrico y recalcitrante por gente de este mismo foro, que he sido objeto de escarnio y burlas y risitas ahogadas en penumbra, yo, en definitiva, el epítome del desequilibrio, un chiste malo, un proyecto de una persona que se quedó a mitad de camino...
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