—No sé lo que es un loco —susurró Veronika—, pero yo no lo soy. Soy una suicida frustrada.
—Loco es quien vive en un mundo propio. Como los esquizofrénicos, los psicópatas, los maníacos. O sea, personas que son diferentes de las demás.
—¿Como tú?
—Sin embargo —continuó Zedka, fingiendo no haber oído el comentario—, ya debes de haber oído hablar de Einstein, que afirmaba que no había tiempo ni espacio, sino una fusión de ambos. O de Colón, que aseguraba que al otro lado del mar no había un abismo, sino un continente. O de Edmund Hillary, que confirmaba que un hombre podía llegar a la cumbre del Everest. O de los Beatles, que crearon una música diferente y se vestían de manera totalmente innovadora. Todas estas personas, y millares de otras, también vivían en su mundo.
«Esta demente está diciendo cosas con sentido», pensó Veronika, acordándose de las historias que su madre le contaba acerca de santos que afirmaban hablar con Jesús o con la Virgen María. ¿Vivían en un mundo aparte?
—Una vez vi a una mujer con un vestido rojo, escotado, con los ojos vidriosos, andando por las calles de Ljubljana cuando el termómetro marcaba cinco grados bajo cero. Pensé que estaría borracha y fui a ayudarla, pero ella rechazó mi abrigo.
—Quizás en su mundo fuese verano, y su cuerpo estuviera caliente por el deseo de alguien a quien esperaba. Y aunque esa otra persona existiese apenas en su delirio, ella tiene el derecho de vivir y morir como quiera, ¿no crees?
Veronika no sabía qué decir, pero las palabras de aquella loca tenían sentido. ¿Quién sabe si no era la misma mujer que había visto semidesnuda en las calles de Ljubljana?
—Te contaré una historia —dijo Zedka—. Un poderoso hechicero, queriendo destruir un reino colocó una poción mágica en un pozo del que todos sus habitantes bebían. Quien tomase aquella agua, se volvería loco.
»A la mañana siguiente, toda la población bebió y todos enloquecieron, menos el rey, que tenía un pozo privado para él y su familia, donde el hechicero no había conseguido entrar El monarca, preocupado, intentó controlar a la población ordenando una serie de medidas de seguridad y de salud pública, pero los policías e inspectores habían bebido el agua envenenada, y juzgando absurdas las disposiciones reales, decidieron no respetarlas de manera alguna.
»Cuando los habitantes de aquel reino se enteraron del contenido de los decretos, quedaron convencidos de que el soberano había enloquecido y por eso disponía cosas sin sentido. A gritos fueron hasta el castillo exigiendo que renunciase.
»Desesperado, el rey se declaró dispuesto a dejar el trono, pero la reina lo impidió diciendo: «Vayamos ahora hasta la fuente y bebamos también. Así nos volveremos iguales a ellos.»
»Y así se hizo: el rey y la reina bebieron el agua de la locura y empezaron inmediatamente a decir cosas sin sentido. Al momento sus súbditos se arrepintieron: ahora que el rey estaba mostrando tanta sabiduría, ¿por qué no dejarle gobernar?
»El país continuó en calma, aunque sus habitantes se comportasen de manera muy diferente a sus vecinos. Y el rey pudo gobernar hasta el fin de sus días.
Veronika se rió.
—Tú no pareces loca —dijo.
—Pero lo soy, aunque esté siendo curada, porque mi caso es simple: basta recolocar en el organismo una determinada sustancia química. Sin embargo, espero que esa sustancia se limite tan sólo a resolver mi problema de depresión crónica; quiero continuar loca viviendo mi vida de la manera que yo sueño y no de la manera en que otros desean. ¿Sabes lo que hay allá afuera, detrás de los muros de Villete?
—Gente que bebió del mismo pozo. —Exactamente —dijo Zedka—. Creen que son normales porque todos hacen lo mismo. Voy a fingir que también bebí de aquella agua.
Paulo Coelho (Verónika decide morir)