R salió de su piso - en el planeta de los fóbicos, las habitaciones de 15 m2 se habían convertido en los lugares de vivienda -, el domingo temprano como era norma habitual. No había lógica en trasnochar porque cualquier sitio estaba cerrado cuando caía el Sol. Ironía ésta, porque en el planeta fóbico el astro rey nunca se presentaba, siempre cubierto por nubes plateadas con cuya participación las jornadas transmitían el deseado aire melancólico y mohíno. La ingeniería aero-espacial había ideado el denominado "Captador de Nubes" para dotar de esta necesaria estabilidad al planeta.
Pero, volvamos a R. Paseaba por las solitarias calles, donde apenas cuatro fóbicos más podrían vislumbrarse. No se intercambiaban miradas, porque el fóbico medio tenía por costumbre caminar con la vista gacha, de hecho, así aprendían los menores desde su horrorosa infancia. R entró en un café, de los pocos lugares de atención al público que iban quedando. Aún quedaban románticos y R era uno de ellos. "Ilusos" se les tachaba desde la cultura dominante. Tampoco importaba demasiado, porque R no pretendía conocer a nadie, sino simplemente tomarse un cortado y leer el periódico como siempre había hecho. Preservar las costumbres, eso era muy fóbico.
El café, pese a su distorsión espacio - temporal, ofrecía un ambiente idóneo al buen fóbico: mesitas individuales colocadas en fila india, con el asiento frente a la pared, evitando así todo contacto visual o inoportunas conversaciones. En la misma pared había un letrero indicando "Prohibido hablar" acompañado de una imagen parecida a la siguiente
. Como hilo musical siempre algo con contenido trágico, en esta ocasión,
Knocking on Heaven's Door
R. hizo un gesto para que se acercara la camarera. El lenguaje de signos, ¡gracias
Bonet por tu sapiencia! Señaló lo que deseaba de la carta, mientras,
L., la camarera, ruborizada, trataba de apuntar, aunque su torpeza para poder abrir la libreta o garabatear el pedido eran palmarios. R., lleno de paciencia fóbica no exenta de lógico nerviosismo (
"¿por qué diablos tenía que atenderme una chica?"), musitó,
"¿puedo fumar?". L., levantó el pulgar en muestra de aprobación. El desarrollo del sentido del oído de los fóbicos era una gesta digna de encomio. Acostumbrados a hablar bajo o articular mal las palabras, la evolución de la audición se hizo imprescindible para poder entenderse, más allá de la comunicación no - verbal.
R., cogió el periódico,
El Diario de mi Triste Realidad. El mundo fóbico continuaba por los derroteros habituales: ni guerras (nadie se conocía lo suficiente como para llegar a esos niveles de intimidad), ni crisis económica (¿dinero? Si apenas se consumía), ni tragedias naturales (La Naturaleza era fóbica y por ello no se mostraba), ni hambre (quizás de sexo, pero sólo los más viejos del lugar recordaban vagamente aquello), ni sucesos (¡como para pegarse!), ni deportes (salvo las hazañas de algún fóbico también tendente a la vigorexia).
R. tenía claro que su mundo era demasiado previsible, sin embargo, le gustaba. ¿O acaso el mundo de los filo-sociales era más apasionante? Las dos caras de la misma moneda. No obstante, a R. le dejó impactada una noticia. Cuando la vio, se puso rojo, empezó a exhalar sudor, le entró el estrés y tenía un ataque de pánico. El resto de comensales, en un gesto inédito, se acercaron y, delicadamente, le pusieron la mano en sus hombros atropelladamente. Era la manera fóbica de pedir calma.
L., apenada, consiguió superar su timidez, miró a los ojos de R. y éste se vio impelido a devolver aquella osadía.
"Es verdad", susurró la muchacha y esquivó nuevamente sus ojos. R., aterrado, ante el periódico:
EL PRESIDENTE H., DESCUBIERTO CON AMIGOS Y NOVIA.
¡Mierda!!!!!!!!!!!!!!, gritó.