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Iniciado por alazni
Ains ...A ver. Marmota, tocas muchos puntos que he llegado a temer compartir. Los tomo como contraste.
He querido (y sigo queriendo) a mi gente profundamente. No sé querer de otro modo, en mi vida no consigo encontrar tonalidades grises. En ocasiones me defraudo a mí misma, no recuerdo una persona que lo haya conseguido por sí misma. Quizá porque nunca espero nada de los demás aparte de honestidad para que me ofrezcan solo lo que les salga del corazón. Incluso he perdonado las ocasiones en que no han sabido hacer algo así de sencillo, aunque (solo entonces) no consigo olvidarlo y me distancio para protegerme.
Hago amistades repentinas, grandes concesiones y me enamoro de forma efusiva. El mundo parte con el 100% de mi confianza, y mientras el destinatario no demuestre que no es merecedor de la misma, sigue teniéndola.
Muchas veces me he planteado la inconveniencia de mi entrega, nunca por magulladuras (hoy inexistentes, creo que mi incapacidad para recordar lo malo es infinita) sino por el sentimiento de soledad al que me enfrento cuando alguien intenta hacerme evidenciar mi error, o cuando sufro quebraderos de cabeza tras una malinterpretación de mi actitud. Es entonces cuando pienso que el problema es de los otros, yo ya he hecho mis deberes de comprensión y aceptación. Sé cómo funciona el mundo y me niego a dejar que se infiltre en mi vida el virus de la duda.
He tenido fracasos sentimentales y el hecho de que no hayan conseguido quererme como yo quise solo me ha provocado compasión. Incluso cuando no han sido capaces de afrontarlo y me han dejado a mí el trabajo. Pero nunca he sentido que jugaran con mis sentimientos. Si tal, con los suyos.
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Bueno, en muchos sentidos soy igual: confío en casi todos de buenas a primeras; me enamoro de un día para el otro; y tengo en gran estima a la espontaneidad y a la sinceridad. La vida me ha demostrado en varias ocasiones que ésta no es la mejor manera de encarar las relaciones sociales, pero persisto en mi error porque creo que es así como deberíamos comportarnos en una sociedad civilizada y honesta. Admito, de todas maneras, que nuestra sociedad carece de esas virtudes, y que suponer lo contrario es una imprudencia.
Con respecto a lo que me preguntaba Agotada, mi duda surge a partir del súbito cambio en el comportamiento de una amiga, a la que estimaba mucho y con la que creía tener una relación sincera y recíproca. Supongo que a cualquiera le causaría sorpresa ser estimado un día y despreciado al otro; y aunque las causas de esta volubilidad no me sean del todo extrañas, no las juzgo disculpables, porque tienen su origen en la hipocresía y en la desconsideración. Por eso, si bien comprendo racionalmente que medidas debo tomar, aún sufro, no por el hecho de que me hayan engañado, sino por la amiga que creí tener y que ahora he perdido.