No bebo, no me gusta, no me interesa, no quiero perder el control.
No salgo, más por falta de costumbre y de con quién hacerlo, que por otra cosa.
Me gustaba más la lluvia que el sol, el invierno al verano, pero de un tiempo a esta parte he cambiado algo en ese sentido; aunque la luz, el mar y el cielo dramáticos de una tarde de invierno con el viento frío en la cara, o el mismo viento arrastrando las hojas secas del otoño, en la calle, de madrugada, y yo como único testigo, siguen siendo algo simplemente alucinante.
Siendo teenager y "twentynager" (ahora soy treintaañero) me propuse no necesitar a nadie, nunca, aprender a vivir mi vida sólo, feliz, disfrutando de las cosas que me gustaban (cine, música, coches, aficiones en general) tratando de habituarme a necesitar lo menos posible a los demás, a nadie. Con el tiempo mi ego se moderó, maduré (supongo) y en este sentido también cambié y acepté que ni es posible, ni estamos "programados" como seres humanos para ello, ni sobretodo, merece la pena hacerlo o intentarlo. Así, aunque más o menos superado todo ello, como efecto secundario (creo), a veces siento una especie de quiero\no quiero, de rechazo, o reticencia, en cuanto a entablar o mantener relaciones sociales\personales. Quiero y en general a veces lo consigo en cierta medida, ser más o menos sociable, pero hay una parte de mi, aquella que tanto trabajé, que no quiere.
Esto, de lejos, es lo más raro que conozco, de mi y de cualquiera.
Aunque seguro que aún se me olvida algo por ahí... jejeje.
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