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Iniciado por Richa
Desde luego que la vida de un chicoanalista no debe ser nada aburrida.
Todo el dia haciendo intercambio de inconscientes.
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Pos si y encima estan forraos
pero a proposito de eso más
JUAN D. NASIO
Hay varias hipótesis importantes que yo considero que
son nuevas, innovadoras en mí teoría , y que han contribuido, o me parece que
intentan contribuir al psicoanálisis.
La primera, la más importante, surgió en los años 1977, 1978,
y fue a partir de la tesis de Lacan de que el inconciente está
estructurado como un lenguaje.
Mi tesis era que el inconciente era
único, no había un inconciente propio del analizante y un inconciente
propio del analista, sino que había un inconciente con tres características:
es único entre analista y analizante; es producido en el
acto de una palabra, de un fantasma, en el surgimiento espontáneo
de una manifestación de este inconciente y es exclusivo de la
relación analítica.Este último aspecto de mi tesis es quizás el más polémico,
considerar que el inconciente no existe fuera del psicoanálisis.
Ahí habría una polémica muy importante porque todos pensamos,
con Freud, que el inconciente también está presente en la vida
cotidiana.
Este primer aporte de los años 1977, 1978, que sigo manteniendo
aún hoy, mejorándolo y desarrollándolo cada vez, es una
posición lógica y coherente con la definición del inconciente
lacaniano, estructurado como un lenguaje. Si somos consecuentes
con esta posición del inconciente como estructura no podemos
sostener que Juan, Pedro o Martín tienen cada uno su inconciente.
Si el inconciente es una estructura, no podemos estar diciendo que
el analista tiene su inconciente y el paciente el suyo. Además el
inconciente se despliega, se abre en el acto de la relación
analítica, acto que puede ser una formación del inconciente del
paciente, o una formación fantasmática en el paciente, o una
interpretación del analista... Entonces, el inconciente engloba a la
pareja analítica, es único y es inherente al acto: no hay inconciente
antes del acto, sino que hay inconciente después del acto. Ustedes
me pueden decir “¿cómo, en este momento que estamos hablando
no hay inconciente?”. Y... no, en este momento no hay inconciente.
Para que haya inconciente tengo que cometer un acto.
¿Qué es un acto? Llamamos así a toda incidencia real –venga
de afuera o de adentro– que sorprende, un acontecimiento que
cambia al ser a quien concierne, que supera la intención o
voluntad.
Esta definición del acto corresponde a los momentos en una
cura analítica, en los cuales o el paciente o el analista son
sorprendidos por un acto, sea la interpretación, sea un chiste, un
sueño, un acting out, o cualquier otro tipo de manifestaciones de
diferentes calidades que vienen a sorprender a uno de los dos, o
a veces a los dos, superan su entender, su querer y su saber, y le
enseñan. Porque cuando una persona comete un lapsus, un
analista en su vida cotidiana, por ejemplo, que va más allá de su
saber y su querer, el sujeto aprende porque se escucha decir el
lapsus, y entonces cambia. El inconciente es un saber, ésta es una
posición lacaniana. Entonces esta es la primer tesis –si ustedes
quieren– de un inconciente único en la relación transferencial, en
la relación analítica, y diríamos más, un inconciente homeomorfo,
idéntico a la transferencia. Quiero decir que transferencia e
inconciente son idénticos.
Enrique Alba: En el ejemplo del lapsus, ocurre algo que tiene
que ver con el inconciente, y aunque no es interpretado o desarrollado,
es escuchado. ¿Puede escucharlo como un acto alguien que
no tiene ningún tipo de transferencia con el psicoanálisis?
Nasio: Podemos ampliar el marco del surgimiento del inconciente
y decir que el inconciente surgiría en la relación analítica o en
todo marco en donde esté un analista. Retomo una frase de Lacan
muy linda y muy difícil de comprender si no la pasamos por esta
vía, que dice que el analista forma parte del concepto de inconciente.
Y yo diría que el concepto de inconciente forma parte del
analista, y el analista forma parte del concepto de inconciente. A
tal punto –y esto no lo dice Lacan, lo digo yo– que probablemente
no podamos hablar del inconciente si no hablamos del analista.
Esto es un llamado a la polémica, un llamado a la discusión, no
es una afirmación perentoria
Andrés Fractman: En mi experiencia como docente, en los
momentos en que se producen actos fallidos, lapsus, cuando
después de la clase alguien se olvida la agenda, por ejemplo, me
da la impresión que se está produciendo un fenómeno de aprendizaje,
que algo se está viendo.
Nasio: Claro, es la idea del inconciente como un saber, porque
es algo que nos aprehende.
El inconciente es un saber, cuando se exterioriza y vuelve a la
conciencia. No hay que tener miedo de pronunciar la palabra
“conciencia”. Ese es el trabajo que hacemos en análisis además,
porque la interpretación cumple esa función. ¿Qué es el trabajo de
la interpretación? Un analista interpreta cuando le nombra a la
conciencia de su paciente la percepción del inconciente de ese
paciente. Por eso digo que el analista es un intermediario, es un
auxiliar, es un nombrador. El analista nombra la percepción, lo que
percibe del inconciente de su paciente, lo nombra y se lo dice a la
conciencia del paciente. Hay polémicas sobre esta primera tesis,
la del inconciente producido en el acto, único o exclusivo a la
relación analítica y la del inconciente impersonal.
Enrique Alba: Querría preguntarle cómo se incluiría la problemática
de la contratransferencia en este tema.
Nasio: Hay muchas acepciones de contratransferencia, Freud
utiliza ese término una o dos veces nada más.Yo tengo una
acepción que me ha convenido luego de un estudio del tema. En
mi último libro “Cómo trabaja un psicoanalista”, hay dos capítulos
dedicados al tema. Para mí la contratransferencia son las manifestaciones
del yo del analista, todas las percepciones de sí
mismo, los recuerdos, las preocupaciones, las identificaciones
con su paciente... Cada vez que el analista piensa en él, eso es
contratransferencia a mi entender.
A todas las manifestaciones del yo del analista las llamo
contratransferencia. A las manifestaciones del inconciente del
analista las llamamos el deseo del analista. El analista no trabaja
con su yo, sino con su inconciente. O mejor dicho, el analista
trabaja con diferentes órganos, inclusive el yo, pero el analista
está en la posición más adecuada, más cercana a su rol cuando
trabaja con ese órgano tan singular, ese instrumento tan peculiar
que se llama inconciente. El instrumento del analista es su
inconciente o el inconciente.
Ustedes podrían objetarme “Cómo, ahora nos habla de que el
instrumento del analista es su inconciente y recién nos decía que
el inconciente es único”. Digo que el instrumento del analista es
su inconciente para hacerme entender, para expresar cuándo, en
qué manifestaciones está más cercano a su rol de analista.
Susana Bidolsky: ¿Interviene en esto la idea de comunicación
de inconciente a inconciente?
Nasio: Freud no hablaba de comunicación de inconciente a
inconciente. Es una expresión de Paula Heimann de los años 1953,
1954, en los primeros congresos sobre el tema de contratransferencia.
Creo que Money Kyrle, discípulo medio heterogéneo de
Melanie Klein, formulaba esta idea de comunicación de inconciente
a inconciente. Es una idea con la que no estoy de acuerdo, porque
volvemos a caer en la idea de que hay dos instancias que se
comunican entre sí. Yo prefiero decir que hay un solo inconciente,
pero para poder llegar a esta conclusión de un único inconciente,
que yo considero verdadera, tenemos que partir de una base falsa.
La base falsa es partir de la idea habitual de que el analista tiene
un inconciente que se manifiesta, y que en estas manifestaciones
del inconciente del analista, él está más cercano a su rol. Justamente
parto del principio de que cuando el analista escucha, está
concentrado realmente en su paciente, en la palabra y presencia
de su paciente, no solamente en su palabra. Allí el analista hace
lo que yo llamo un silencio en sí. Es decir que se desembaraza de
todos los ruidos de su yo. Concentrado, está en un alto nivel de
lucidez y al mismo tiempo en un alto nivel de vacío. Hay una
situación paradojal de vacío y extrañeza: vacío porque él hace un
silencio en él, y extrañeza porque ya casi no es él. Hay un vacío
a nivel de este yo definido como preocupaciones cotidianas,
recuerdos, presentimientos que lo conciernen... sus prejuicios.
Todo aquello que forma parte del universo del yo. Trabajamos con
eso también, yo no lo quiero excluir, pero en los momentos más
intensos, donde estamos más cerca de nuestro rol de analista,
producimos ese silencio. Inclusive hay un aspecto voluntario de
vaciarnos de ese yo y dejar abierta una extrema permeabilidad a
las manifestaciones de nuestro inconciente. Es allí, en ese punto,
donde nosotros hacemos realmente análisis. Yo pienso que un
analista cumple muchas funciones. Hay momentos que son propiamente,
específicamente analíticos en la cura. Hay otros que no
lo son, si asumo un rol de maestro, de educador –como decía
Freud– de director, de gobernador, de gobierno. Freud decía en
Análisis terminable e interminable, que había tres tareas imposibles:
educar, gobernar y analizar. Pero si ustedes lo leen bien
van a ver que dice eso para definir tres funciones del analista.
Dice que el analista tiene que educar, tiene que gobernar y tiene
que analizar. Y yo estoy muy de acuerdo, porque a veces me pasa
con ciertos pacientes que estoy altamente concentrado, en un
momento de un silencio en sí, de ese vacío y extrañeza paradojales,
donde estoy realmente en la posición más íntima, más intrínsecamente
analítica. Y hay otros momentos en los cuales le digo al
paciente: “yo prefiero que venga mañana”; “no puedo doctor”;
“yo prefiero que venga mañana”, insisto.
Esa posición de amo, de autoridad, es una posición de
prescriptor. La tercera función, de educador, puede surgir con un
adolescente o un hombre en una relación con una mujer. Puede
ocurrir que venga un paciente y me diga: “estoy enfermo, me
siento mal”, y surge mi corazón de médico y le respondo: “mire,
yo preferiría que vaya a lo del cardiólogo, por favor”; “¿le
parece?”; “¿es tan grave doctor?”. “Mire, no es grave, pero
vaya”... Estoy educando, le estoy diciendo: “cuídese”.
Ahora bien, ¿soy analista allí? Soy analista, pero en un rol de
educador; cuando hago de autoridad, ¿soy analista? Sí, soy
analista en un rol de autoridad; y cuando estoy en este vacío, en
esta extrañeza, ¿soy analista? Sí, soy analista en un rol de
analista, en un momento analítico.
Quisiera que constara en esta entrevista que a medida que lo
voy diciendo otra voz habla en mí y me dice: “cuidado”.
Cuando hablo así me preocupa la gente joven, porque si hay
colegas jóvenes que ven esta diversidad de posiciones del analista,
y yo legitimo aquí acciones que no son estrictamente analíticas,
la gente joven puede mal comprender y decir: “¡ah!, entonces se
trata de hacer lo que uno quiera”. Mi preocupación constante,
permanente –cada vez que transmito–, es que uno está en la
tenaza de decir aquello que está ligado a su práctica, que corresponde
a este hacer que queremos transmitir y que es imposible
transmitir. Al mismo tiempo uno debe tener cuidado en cómo
seremos escuchados.
Ayer a la noche cuando yo hablaba sobre el modo de trabajar
con chicos, ustedes no saben cuántas palabras borraba y no decía,
porque uno no puede decir todo... En primer lugar nadie puede
decir lo que hace realmente. Por ejemplo terminamos esta entrevista,
nos vamos a separar, y si le preguntan en la esquina al
doctor Urman o al doctor Alba: “¿y qué tal?, ¿cómo fue la
entrevista?” La versión de uno no va a ser la misma que la del otro,
ni que la mía. Es decir, cada uno tendrá del hecho una versión
diferente, dado que el hecho es invisible.
Aunque esta práctica es invisible, siempre intentamos –yo por
lo menos intento– acercarme lo más posible a lo fáctico, a lo que
es el hecho, sabiendo también que tengo que tener cuidado,
prestar atención, a quiénes son los lectores de la revista, o los
oyentes de un seminario, o de un curso. Es una dificultad permanente
de aquellos que enseñan. Por lo menos yo la tengo. Está mi
deseo vehemente, natural, de querer elaborar lo que hago y
respetarlo, no criticarlo, no dejar que la teoría domine a la
práctica, sino que la teoría sirva a la práctica, que nunca la
práctica esté supeditada a la teoría. Trato entonces de teorizar mi
práctica, pero al mismo tiempo que teorizo mi práctica trato de
estar muy atento a que ésta, que es el resultado de más de treinta
años de trabajo como analista, pueda ser bien transmitida.
Federico Urman: Una preocupación afín a la del Freud de
Consejos al médico, en el tratamiento psicoanalítico.
Nasio: Es que hay principios teóricos que guían nuestro trabajo
y hay también principios implícitos que están encarnados en
nuestra actitud frente a los pacientes. Y en general, no sólo frente
a los pacientes, sino frente a toda demanda que surja. Para mí uno
de los grandes maestros en esto es F. Dolto, pero es algo que
seguramente está presente en muchos de nosotros.
Esto hace que yo no esté en una posición cerrada, de marco
psicoanalítico estricto. ¿Qué quiero decir con esto? Por ejemplo:
hay personas que trabajan en diferentes terapias alternativas –
como se las llama aquí– como bioenergía, hipnosis (tiene mucho
auge en este momento en Francia), teoría cognitiva. Yo me
encuentro siempre muy bien dispuesto a recibir diferentes posiciones
y prácticas, no solamente porque pienso que puedo transmitir
algo de psicoanálisis, sino porque además aprendo mucho, y
lo digo con toda sinceridad. Eso no me impide, de ninguna manera,
dar una respuesta.
En esta misma perspectiva estamos trabajando en el Seminario
Psicoanalítico de París, con trabajadores sociales, enfermeros,
psicopedagogos, educadores, instructores (que son una especie
de educadores especializados), y hacemos trabajos clínicos con
ellos.
Tenemos una gran experiencia psicoanalítica y es muy importante
poder mantener dos planos: de intercambio riguroso con los
colegas en la propia comunidad analítica y, al mismo tiempo, una
apertura del psicoanálisis hacia otros sectores sociales y científicos.
Como las “conferencias de los amigos de la APA”, que
reconocidos analistas dictaban sobre problemas ligados a la
realidad práctica. Eso no lo hacemos más ahora. Yo hago esto en
mi institución, y cuando me preguntan de dónde viene, digo que es
una tradición de la Argentina. Es decir, yo voy abierto al modo de:
“que venga lo que tiene que venir”. A partir del discurso que se
presente, de la realidad que se ofrezca, mi rol es transformar eso
en algo que corresponda al objetivo de enseñar el psicoanálisis,
por ejemplo en una supervisión.