En cierto modo, admiro esa facilidad de la peña para la charla, aunque sea para la perorata sin sustancia (posiblemente sea signo de evolución de la especie). Pero otras veces pienso que en contadas ocasiones se trata de verdaderos actos de comunicación, sino --como mucho-- de intercambio de información prescindible, de formas apenas algo más elaboradas que las famosas “charlas de ascensor”.
Supongo que a la gente “normal” esos actos le retribuyen de alguna manera: subida de niveles de adrenalina, sentimiento de catarsis, higiene mental por “desconexión transitoria”, comunión con el prójimo, yo qué sé. Pero a mí, desde luego, no me alivian de nada ni me hacen sentir mejor; de hecho, suponen una fuente de ansiedad y trato de evitarlas.
¿Qué tesoro encuentra la gente que charla?