Soy una chica del montón. Ni daño a la vista, ni tengo necesidad de ir con una bolsa en la cabeza cuando voy por la calle. Pero tampoco me podría ganar la vida desfilando por pasarela. Según el día, me veo más o menos atractiva.
Lo que me preocupa ahora mismo no es tanto saber si soy guapa o fea para los demás (algo que hasta no hace mucho sí), sino aceptarme como soy.
Y añado un pequeño texto para todas las que se preocupan en exceso por su posible fealdad:
¿Que eres fea? Perdóname si supongo, más bien, que eres ignorante. Hay una cosa, deberías saberlo que se llama artes plásticas. Lo que con estas artes se produce es tan maravilloso que desde hace milenios el hombre lo cultiva, lo cuida, lo conserva. Es la memoria, la memoria de lo que nos gusta. Piedras talladas, vasijas con dibujos, pinturas, lienzos, muros, esculturas, y más recientemente fotos y películas. Y allí hay, sobre todo, imágenes de mujeres. Mira bien y verás que seas como seas (tu cara, tu cuerpo, tu adelantado o tu trasero) en alguna parte, alguna vez, habrás sido prototipo de belleza. Y una belleza serás, de todas formas, para alguien.
Cuando te dices fea querrás decir que tu hermosura no está ahora de moda. Lo que no significa que no haya quien te admire pues todavía hay gente con carácter que no juzga según los modelos del ambiente sino con los ojos, con los propios ojos.
Tal vez aún no lo sepas, pero a alguno tú haces perder el sueño, el apetito. Él te ha visto una vez y sin embargo, es como si de siempre te estuviera buscando, y como si en un momento de deslumbramiento, al verte, al fin, te hubiera hallado. Como por efecto de una memoria ancestral te reconoce y es a ti, sólo a ti, a quien él buscaba. Tú tal vez no lo sabes, pero en algún rincón de la tierra hay un hombre que te está buscando.
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