Hubo una semana en diciembre en la que estuve muy angustiado porque me había animado a dar mi e-mail en papelitos y no obtuve resultados (lo hice pensando en aquello que me había dicho mi primer psicólogo de que a las mujeres les fascina sentirse deseadas): Me estuve mirando en el colectivo con una chica, y entonces anoté mi e-mail en el boleto y antes de bajar yo del colectivo se lo dí; "por si querés charlar" le dije, y ella se rió. Y algo parecido hice con la chica de la boletería del tren, y con un para de chicas de las que atienden en el bar donde conocí a una tal Yanina, junto a quien me senté la primera vez que fui a aquel lugar y con quien estuve charlando toda aquella noche, y a quien también le dí no sólo mi e-mail sino también mi número de teléfono. Y jamás tuve noticias de ninguna de ellas (con la de la boletería nos saludos cuando voy a sacar boleto, pero ella no hizo alusión a nada durante algunas semanas, hasta que un día me salió con que "no te escribo porque no sé cómo es lo de los mails y todo eso, no estoy en eso, no estoy en tema; los únicos mensajes que mando son por el teléfono"; ¿sería cierto?). (Y encima las chicas del trabajo en donde estoy ahora no me dan ni pelota.) ¿Por qué será ninguna de estas chicas ni siquiera me dio la oportunidad de chatear aunque sea una vez con ella? Tal vez me excedo en mi entusiasmo, en el entusiasmo con el que las saludo, con el que les hablo. "Pensá que eso lo hacen porque en realidad no te conocen" me dijo Florencia (Flor7
cuando le conté; y tiene razón: no me rechazaron A MÍ, pues a mí no me conocen. Y como me diría xoshuega, debo concentrarme en los que me aprecian, e ignorar a los que prefieren no hacerlo; en todo caso, ellas se lo pierden, jeje. Además, haber intentado y no haber obtenido resultado alguno se siente de todas formas mejor que no haberlo intentado en absoluto; al menos me siento orgulloso de haberme animado a propiciar la oportunidad.