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		|  24-ene-2014 |  |  
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			Cada vez que hago algo mal siempre me golpeo con puño cerrado mi pierna o mis brazos o me peñisco alguna parte del cuerpo, como si me pusiera un castigo por lo que hago, lo he hecho tantas veces que ya es algo involuntario, antes de que me de cuenta ya lo hice.  
A lo que también me he dado cuenta que estos golpes me alivian el dolor psicológico que siento cuando no puedo hablar con una persona, quedo en ridículo frente a mucha gente, etc. 
Nunca he llegado a nada grave, salvo una vez que me hice unos cortes cerca del brazo derecho un día terrible   .
A lo que va mi pregunta; ¿Son Masoquistas? ¿Disfrutan golpeando, flagelándose, etc.? Esto se ha convertido en mi "medicamento" contra mi fobi a :/
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		|  24-ene-2014 |  |  
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			Medicamento?? o castigo?? si te sentis mejor cada vez que te golpeeas si seria una especie de medicamento, pero no es muy normal que digamos, aunque este foro esta bastante lejos de la normalidad.
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		|  25-ene-2014 |  |  
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			Me gusta que me ahorquen :3 jajajajajaja
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		|  25-ene-2014 |  |  
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	Cita: 
	
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					Iniciado por Jassito  Me gusta que me ahorquen :3 jajajajajaja |      
haciendo q??  perdón pero lo q me imagine no lo puedo escribir     |  
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		|  25-ene-2014 |  |  
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			de mas chavo me cortaba el dorso de las manos arriba de los nudillos, no recuerdo cuando deje de hacerlo, pero a veces me dna ganas de hacerlo otra vez
 editando
 
 también recuerdo q golpeaba la pared con la cabeza hasta q sentía como me rebotaba el cerebro también deje de hacerlo
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				 Última edición por Anakin S; 25-ene-2014 a las 03:11.
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		|  25-ene-2014 |  |  
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			Hace años, solía golpear la pared(solo cuando estaba solo) cada vez que no podía hacer algo bien, deje de hacerlo, cuando en una ocasión no calcule mi fuerza y me termine lastimándome seriamente la mano.
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				 Última edición por Jackall; 25-ene-2014 a las 06:01.
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		|  25-ene-2014 |  |  
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	Cita: 
	
		| [...] Mis averiguaciones no encajaban, sin embargo, con la realidad clínica que tenía delante.
 La gente que se me presentaba no eran seres inmaduros o inferiores. De hecho parecía
 ser justo al revés. Los masoquistas están más cerca del éxito según los parámetros
 sociales: profesionalmente, sexualmente, emocionalmente, culturalmente, dentro o fuera
 del matrimonio. Son, frecuentemente, individuos de gran fuerza interior, poseedores de
 un amplio abanico de habilidades y con un sentido ético de la responsabilidad
 individual. Un famoso estudio del “perfil sexual de los hombres en el poder” encontró,
 para sorpresa de los investigadores, una elevada cantidad de actividad sexual
 masoquista entre los políticos de éxito, los jueces y otros hombres importantes e
 influyentes.
 
 Se me hizo evidente que las teorías psicológicas del masoquismo estaban obsoletas. En
 la década de los 60 la homosexualidad se eliminó del DSMIV (Manual Diagnóstico y
 Estadístico de los trastornos mentales, IV edición) y se reconoció que no era una
 patología, sino la elección de una forma de vida. Desde mi punto de vista debería
 hacerse lo mismo con el masoquismo y, como la homosexualidad, tiene que eliminarse
 del epígrafe de la “psicopatología” y ser visto como lo que es: la elección de una forma
 de vida sexual. Es la intención de este artículo sugerir formas de entender el
 masoquismo sin invocar teorías de enfermedad mental.
 
 Las cuestiones, sin embargo, se mantenían. Me admiraba el por qué tantos hombres,
 criados en una cultura que valoraba la iniciativa, firmeza y dominio masculinos,
 deseaban que se les liberara de esas cualidades y entregar su voluntad a una mujer
 fuerte, dominante, que pudiera torturarles, controlarles y humillarles. ¿Cuál era la base
 de esta necesidad imperiosa de entregarse y servir, de renunciar al control, de aceptar el
 dolor físico y la humillación emocional?
 
 Cuando llevaba años escuchando a mis pacientes, empecé a ver el masoquismo menos
 como aberración sexual y más como una metáfora a través de la cual la psique habla de
 su pasión y sufrimiento. Había una conexión evidente entre sufrimiento y placer que me
 intrigaba. Los clientes hablaban del deleite y el éxtasis de la sumisión, la adoración, el
 abandono salvaje y la liberación de las ataduras limitadoras que impone la
 “normalidad”.
 
 El sufrimiento ritualizado parecía ser un camino para dar significado y valor a las
 debilidades humanas. Después de todo no hay escasez de sufrimiento en la vida
 humana. Ninguno de nosotros necesita buscar el dolor. Sufrir desamparo, desencanto,
 pérdida, impotencia y limitaciones es parte de la condición humana. Tengo la
 corazonada de que hay algo así como una necesidad, deseo o ansia universal de
 entregarse completamente a ciertos aspectos de la vida humana, y que asume muchas
 formas. Esta ansia apasionada de entrega entra en juego en al menos algunas de las
 formas de masoquismo. La sumisión, la pérdida del yo bajo el poder del otro, llegar a
 ser esclavizado por el amo, es lo análogo, siempre disponible, de la entrega.
 
 Los sumisos hablan de un elemento de liberación, libertad y expansión del yo en una
 escena, como de una situación similar a la caída de las barreras defensivas. Hablan de
 experimentar una vulnerabilidad total. Creo que, enterrada o congelada, está el ansia de
 algo en el entorno que haga posible la entrega, una sensación de rendición del falso yo.
 El falso yo es una idea desarrollada por un famoso psicoanalista que postuló que la
 mayoría de los padres exigen que sus hijos se comporten dentro de ciertos límites para
 darles su amor. Para un niño el amor de los padres es una cuestión de supervivencia, de
 modo que el niño forja un “yo” que cree que le asegurará el amor y la aprobación de los
 padres. El falso yo es normalmente un yo que hace como de portero o conserje. Una
 Escena permite a veces que los años de barreras defensivas que soportan el falso yo se
 vengan abajo. Eso lleva consigo un ansia de nacimiento del verdadero yo. Muy dentro
 de nosotros ansiamos dejarnos ir, “confesarlo todo”, como parte de un ansia general de
 ser conocidos y reconocidos. La posibilidad de la entrega puede ir acompañada de un
 sentimiento de terror y/o alivio o incluso éxtasis. Es una experiencia de estar “en el
 momento”, totalmente en el presente. Su intención última es el descubrimiento de la
 identidad del uno, el sentimiento del uno respecto al yo, el sentimiento del uno de
 completitud, incluso el sentimiento del uno de unidad con los otros seres humanos.
 Alegre en espíritu, trasciende el dolor que evoca. El dolor exquisito del uno es a veces
 similar al éxtasis místico. Dentro del contexto de esa entrega, ocurre una experiencia de
 sumisión, de negación del yo, en la que la persona es cautivada por la pareja dominante.
 La intensidad del masoquismo es un testimonio vivo de la urgencia con la que alguna
 parte enterrada de la personalidad está gritando para que la liberen. La entrega es nada
 menos que una disolución controlada de las fronteras del yo.
 
 [...]
 
 Además del ansia de la entrega en un sentido más verdadero del yo, los
 comportamientos masoquistas tienen otro significado. La gente necesita elaborar
 fantasías y obtiene mucho placer de ello. Preguntad a la gente de Disneyland que
 atienden a adultos tanto como a niños. Las escenas tienen un tremendo potencial para
 potenciar la fantasía. Los disfraces, rituales, escenarios, y una variedad sin fin de
 juguetes sexuales y equipos elaborados, revelan la riqueza de la creativa vida interior y
 hablan de la necesidad muy real de la representación de las fantasías. Las fantasías son
 las portadoras de un amplio espectro de sentimientos humanos: controlar, ser
 controlado, putear, ser puteado, jugar, agradar y conseguir consuelo más allá de los
 confines de los aspectos mundanos de la vida ordinaria. Representan la suspensión de la
 realidad normal, lo que es, de vez en cuando, una necesidad para toda la gente
 saludable.
 Probablemente la última cosa que el masoquismo parezca querer sea el equilibrio. En
 consonancia con su naturaleza paradójica, el masoquismo proporciona no tanto un
 estado de debilidad como una sensación de entrega, receptividad y sensibilidad. El
 masoquismo es la condición de someterse totalmente a una experiencia, que se opone a
 una vida que, en nuestra sociedad occidental, es egocéntrica, constreñida, racional y
 competitiva. La fortaleza puede ser una carga terrible. Es una limitación, que puede
 aliviarse en momentos de abandono, de dejarse caer y dejarse ir. Por tanto, no es
 demasiado sorprendente que el empuje de las experiencias masoquistas resulte ser tan
 fuerte en una cultura que sobrevalora la fuerza del ego a costa de una experiencia más
 plena de todas las dimensiones de la vida psíquica.
 
 En conclusión, creo que los terapeutas tienen que modificar radicalmente el enfoque
 para hacer psicoterapia con pacientes masoquistas. Mis colegas se quejan de que los
 masoquistas son difíciles de “curar”. Tal vez porque el paradigma del que parten estos
 terapeutas sea falso. El reconocimiento de que hay valor y significado en el deseo de
 sufrir humillación va contra la actitud que prevalece en psicología. El principal avance
 de las modernas teorías y prácticas ha ocurrido en la psicología del ego. Los valores de
 la psicoterapia se han orientado, en su mayoría, a construir egos fuertes, autosuficientes,
 racionales, capaces de resolver problemas. Los valores del ego son ciertamente valiosos,
 pero conseguir fuerza, autosuficiencia, ser racional y resolver problemas tiene un coste.
 Esto puede dar cuenta de la insatisfacción que mucha gente siente tras años de
 psicoterapia. Construir un ego fuerte es solo un lado de la historia; descuida otras partes
 cruciales de la psique humana. La psicología moderna ha estado en gran medida
 dominada por el objetivo de ayudar a la gente a desarrollar independencia, fortaleza,
 éxito en acciones decisivas, autosuficiencia y planificación. Lo que se ha perdido es la
 atención a las dimensiones más sutiles del alma.
 
 El psicoanalista más en sintonía con el elemento perdido en el trabajo psicoterapéutico
 con el masoquismo es Carl Jung. El masoquismo puede ser imaginado como un
 producto de lo que Jung llamaba la “sombra”, la parte más oscura, mayoritariamente
 inconsciente de la psique, que él no consideraba como enfermedad, sino como una parte
 esencial de la psique humana. La sombra es el túnel, canal o conector a través del que
 uno alcanza las capas más profundas, más elementales de la psique. Atravesando el
 túnel o derribando las defensas del ego, uno se siente reducido y degradado.
 Normalmente intentamos poner a la sombra bajo el dominio del ego. Abrazarse a la
 sombra, por el contrario, proporciona una sensación más plena de autoconocimiento,
 autoaceptación y una sensación más plena de estar vivo. La idea de Jung de la sombra
 incluye fuerza y pasividad, horror y belleza, poder e impotencia, rectitud y perversión,
 infantilismo, sabiduría y estupidez. Experimentar la sombra es humillante y
 ocasionalmente aterrador, pero es una reducción a la vida, a la vida esencial, que
 incluye sufrimiento, dolor, impotencia y humillación. La sumisión al dolor masoquista,
 a la pérdida de control y la humillación, sirve para abrazarse a nuestra sombra mejor que
 renegar de ella. El resultado es la consecución de una vida interior que acepta y abraza
 todos los aspectos de nuestro yo y nos permite vivir con una sensación más profunda de
 nuestro yo verdadero.
 
 En conclusión, la comunidad psicoterapéutica tiene que reexaminar la sumisión
 masoquista para verla no como una patología sino como un saludable vehículo para
 doblegar los mecanismos de defensa rígidos, para renunciar a controlar a algo o a
 alguien más grande que nosotros mismos, para conseguir liberarse de la dominante e
 implacable necesidad de cultivar, promover y afirmar el yo, para conseguir algún alivio
 del tener que hacer innumerables elecciones y decisiones, para ocuparse de saludables
 representaciones de fantasías y para la exploración, conocimiento y aceptación del lado
 “más oscuro” o “sombra” de sus personalidades. Además, muchos pacientes hablan de
 conseguir una pérdida de consciencia del yo, que describen como un éxtasis o dicha, en
 la que el individuo trasciende sus límites normales y deja de ser consciente de sí mismo
 en los términos ordinarios.
 
 [...]
 |  ... Ah, no, espera... La pregunta iba con un matiz diferente    
En ese sentido no, jamás sentí el deseo de herirme físicamente a causa de mis frustraciones. Quizá cuando era más joven tendía más a torturarme psicológicamente con culpas, remordimientos y "deberías haber hecho"; pero a medida que voy creciendo voy dejando a un lado esas actitudes autodestructivas.  
Cuando la frustración me agobia y necesito descargarme de forma física, la necesidad de violencia que suelo sentir es siempre hacia algo externo, nunca hacia mí mismo. Por ejemplo, golpear/romper cosas, siempre cuidando de no lastimarme en el proceso (por eso suelo preferir golpear con algo en la mano antes que con los puños).
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				 Última edición por Eloff; 25-ene-2014 a las 04:40.
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		|  25-ene-2014 |  |  
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			Físicamente no (excepto cuando le paso intencionalmente la mano a mi sobrino de 3 años para que me la muerda), pero psicológicamente sí.
 Tengo cierto "vicio" de pensar cosas autodestructivas. En cierto modo me sirve para espabilar, hay situaciones en las que funciono con cosas desagradables para lograr mis objetivos.
 
 Por ejemplo, trato de buscar imágenes  que me hagan sentir que soy un tipo gordo (o me "torturo" viendo fotografías mías donde me veo así) y me imagino comentarios despectivos en mi contra con respecto a mi estado físico simplemente para ver si así me pongo a trotar y dejo de comer tanta porquería que engorde.
 
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