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05-jun-2006
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Hola Pupila. El problema de no querer explayarme en mis quejas es que algunos se pueden dar por aludidos sin tener que ser con ellos. Y creo que ese es tu caso. El que vengan aquí personas como tu a desahogarse no está dentro del grupo de cosas que me molestan, créeme. Es más, para mi precisamente una de las funciones de este foro es que sea un espacio en donde las personas deberían sentirse cómodas de expresar sus problemas de fobia social (y relacionados) y que éstos puedan ser, si no solucionados (aquí eso está difícil), por lo menos aliviados con toda la solidaridad, seriedad y sentido común que se pueda ofrecer. Así que por ahí no va la cosa compañera, lo que pasa es que no quiero irme de bruces haciendo un análisis crítico del estado de la web ultimamente porque no me provoca empezar a llevarme por delante muchas cosas aquí. No creo necesario yo ser generador de polémica. Por lo menos no aquí. Además que estoy seguro que si bien muchos no lo dirán, la mayoría puede intuir que es lo que va mal. Y eso genera que muchos o no quieran intervenir o simplemente ya se fueron.
Y gracias caigoparaarriba por colocar el relato completo.
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CAPÌTULO 6: El Castillo de la Voluntad y de la OsadÌa
Hacia el amanecer del día siguiente, el inverosímil trío llegó al último castillo. Era más alto que los otros y sus muros parecían más gruesos. Confiado de que atravesaría velozmente este castillo, el caballero cruzó el puente levadizo con los animales.
Cuando estaban a medio camino se abrió de golpe la puerta del castillo y un enorme y amenazador dragón, cubierto de relucientes escamas verdes, surgió de su interior, echando fuego por la boca. Espantado el caballero se paró en seco.
Había visto muchos dragones, pero éste no se parecía a ninguno. Era enorme, y las llamas salían no solo de su boca, como sucedía con cualquier dragón común y corriente, sino también de sus ojos y oídos. Y, por si eso fuera poco, las llamas eran azules, lo cual quería decir que este dragón tenía un alto contenido de butano.
El caballero buscó su espada, pero su mano no encontró nada. Comenzó a temblar. Con una voz débil e irreconocible, el caballero pidió ayuda a Merlín, más, para su desesperación, el mago no apareció.
Por qué no viene?, preguntó ansiosamente, al tiempo que esquivaba una llamarada azul del monstruo.
!No lo sé!, explicó Ardilla. Normalmente se puede contar con él.
Rebeca, sentada sobre le hombro del caballero, ladeó la cabeza y escuchó con atención.
!Por lo que he podido captar, Merlín está en París, asistiendo a una conferencia de magos.
!No me puede abandonar ahora!, se dijo el caballero. !Me prometió que no habría dragones en el Sendero de la Verdad!
!Se referÍa a los dragones comunes y corrientes!, rugió el monstruo con una voz que hizo temblar a los Árboles y que por poco hizo caer a rebeca del hombro del caballero.
La situación parecía seria. Un dragón que podía leer las mentes era definitivamente lo pero que se podía esperar pero, de alguna manera, el caballero logró deja de temblar. Con la voz más fuerte y potente que pudo, gritó:
!Fuera de mi camino, bombona de butano gigante!
La bestia bufó, lanzando fuego en todas las direcciones.
!Caramba! !Qué atrevido el gatito asustado!
El caballero, que no sabía qué hacer, intentó ganar tiempo.
Qué haces en el Castillo del Voluntad y la Osadía?, preguntó.
Hay algún otro sitio mejor donde yo pueda vivir?. !Soy el Dragón del miedo y de la Duda!
El caballero reconoció que el nombre era muy acertado. Miedo y duda era exactamente lo que sentía.
El dragón volvió a vociferar:
!Estoy aquí para acabar con todos los listillos que piensan que pueden derrotar a cualquiera simplemente porque han pasado por el Castillo del Conocimiento!
Rebeca, susurró al oído del caballero:
!Merlín dijo una vez que el conocimiento de uno mismo podía matar al dragón del Miedo y la Duda!
Y tú lo crees?, susurró el caballero.
!Sí!, afirmó Rebeca con firmeza.
!Pues, entonces, encárgate tú de ese lanzallamas verde!
El caballero dio media vuelta y cruzó el puente levadizo, corriendo en retirada.
!Jo, jo, jo!, rió el dragón, y con su último "jo" por poco quema los pantalones del caballero.
Os retiráis después de haber llegado tan lejos?, preguntó Ardilla, mientras el caballero se sacudía las chispas de la espalda.
!No lo sé!, replicó él. !He llegado a habituarme a ciertos lujos, como vivir!
Sam intervino:
Cómo te soportas, si no tienes la voluntad y la osadía de poner a prueba el conocimiento que tienes de ti mismo?
Tú, también crees que el conocimiento de uno mismo puede matar al dragón del Miedo y la Duda?, preguntó el caballero.
!Por supuesto! El conocimiento de una mismo es la verdad y ya sabes lo que dicen: "La verdad es más poderosa que la espada".
!Ya sé que eso es lo que dicen!, pero, hay alguien que lo haya probado y sobrevivido?, preguntó sutilmente el caballero.
Tan pronto como acabó de pronunciar estas palabras, el caballero recordó que no necesitaba probar nada. Era bueno, generoso y amoroso. Por lo tanto, no debía sentir miedo ni dudas. El dragón no era más que una ilusión.
El caballero, dirigió la mirada a través del puente hacia donde se encontraba el monstruo lanzando fuego hacia unos arbustos, por lo visto, para no perder la práctica. Con el pensamiento en la mente de que el dragón sólo existía si él creía que existía, el caballero inspiró profundamente y, con lentitud, volvió a atravesar el puente levadizo.
El dragón, por supuesto, fue a su encuentro, bufando y echando fuego. Esta vez, sin embargo, el caballero siguió adelante. Pero el coraje del caballero no tardó en comenzar a derretirse, al igual que su barba, con el calor de las llamaradas del dragón. Con un grito de temor y angustia, dio media vuelta y salió corriendo.
El dragón dejó escapar una poderosa carcajada y disparó un chorro de fuego contra el caballero en retirada. Con un aullido de dolor, el caballero atravesó el puente como una bala, con Rebeca y Ardilla tras él. Al divisar un pequeño arroyo, sumergió rápidamente su chamuscado trasero en el agua fresa, sofocando las llamas en el acto.
Ardilla y Rebeca intentaban consolarlo desde la orilla.
!Habéis sido muy valiente!, dijo Ardilla.
!No está mal por tratarse del primer intento!, añadió Rebeca.
Sorprendido, el caballero la miró desde donde estaba.
Cómo que el primer intento?
Ardilla le respondió con toda naturalidad.
!Tendréis más suerte la segunda vez!
El caballero respondió enfadado:
!Tú irás la segunda vez!
!Recordad que el dragón es sólo una ilusión!, dijo Rebeca.
Y el fuego que sale de su boca? Eso también es una ilusión?
!En efecto!, respondió Rebeca. !El fuego también era una ilusión!
!Entonces, como es que estoy sentado en este arroyo, con el trasero quemado?, exigió el caballero.
!Porque vos mismo hicisteis que el fuego fuese real al creer que el dragón era real!, explicó Rebeca.
!Si creéis que el Dragón del Miedo y de la Duda es real, le dais el poder de quemar vuestro trasero o cualquier otra cosa!, dijo Ardilla.
!Tienen razón!, corroboró Sam. !Debes regresar y enfrentarte al dragón de una vez por todas!
El caballero se sintió acorralado. Eran tres contra uno. O, mejor dicho, dos y medio contra uno; la mitad Sam del caballero estaba de acuerdo con Ardilla y Rebeca, mientras que la otra mitad quería permanecer en el arroyo.
Mientras el caballero luchaba contra un coraje que flaqueaba, oyó a Sam decir:
!Dios le dio coraje al hombre! !El hombre le da coraje a Dios!
!Estoy harto de intentar comprender el significado de las cosas. Prefiero quedarme sentado en el arroyo a descansar.
!Mira!, le animó Sam, si te enfrentas al dragón, hay una posibilidad de que lo elimines, pero si no te enfrentas a él, es seguro que él te destruirá.
Las decisiones son fáciles cuando sólo hay una alternativa, dijo el caballero.
Se puso en pie, de mala gana, inspiró profundamente y cruzó el puente levadizo una vez más.
El dragón lo miró incrédulo. Era un tipo verdaderamente terco.
Otra vez?, bufó. !Bueno, esta vez, sí que te pienso quemar!
Pero esta vez el caballero que marchaba hacia el dragón era otro; uno que cantaba una y otra vez: "El miedo y la duda son ilusiones".
El dragón lanzó gigantescas llamaradas contra el caballero una y otra vez pero, por más que lo intentaba, no lograba hacerlo arder.
A medida que el caballero se iba acercando, el dragón se iba haciendo cada vez más pequeño, hasta que alcanzó el tamaño de una rana. Una vez extinguida su llama, el dragón comenzó a lanzar semillas. Estas semillas, las semillas de la Duda, tampoco lograron detener al caballero. El dragón se iba haciendo cada vez más pequeño a medida que continuaba avanzando con determinación.
!He vencido!, exclamó el caballero victorioso.
El dragón apenas podía hablar.
Quizás esta vez, pero regresaré una y otra vez para bloquear tu camino.
Dicho esto, desapareció con una explosión de humo azul.
!Regresa siempre que quieras!, le gritó el caballero. !Cada vez que lo hagas, yo seré más fuerte y tú más débil.
Rebeca voló y aterrizó en el hombro del caballero.
!Lo veis!, !yo tenía razón! El conocimiento de uno mismo puede matar al dragón del Miedo y la Duda.
Sí realmente creías que era así, por qué no me acompañaste cuando me acerqué al dragón?, preguntó el caballero, que ya no se sentía inferior a su amiga emplumada.
Rebeca mullió sus plumas.
!No quería interferir. Era vuestro viaje!
Divertido, el caballero estiró el brazo para abrir la puerta del castillo, pero !el Castillo de la Voluntad y la Osadía había desaparecido!
Sam le explicó:
!No tienes que aprender sobre la voluntad y la osadía porque acabas de demostrar que ya las posees!
El caballero echó la cabeza hacia atrás, riendo de pura alegría. Podía ver la cima de la montaña. El sendero parecía aún más empinado que antes, pero no importaba.
Sabía que ya nada le podía detener.
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CAPÌTULO 7: La Cima de la Verdad
Centímetro a centímetro, palmo a palmo, el caballero escaló, con los dedos ensangrentados por tener que aferrarse a las afiladas rocas.
Cuando ya casi había llegado a la cima se encontró con un canto rodado que bloqueaba su camino. Como siempre, había una inscripción:
Aunque este universo poseo,
nada poseo,
pues no puedo conocer lo desconocido
si me aferro a lo conocido.
El caballero se sentía demasiado exhausto para superar el último obstáculo. Parecía imposible descifrar la inscripción y estar colgado de la pared de la montaña al mismo tiempo, pero sabía que debía intentarlo.
Ardilla y Rebeca se sintieron tentadas de ayudarle, pero se contuvieron, pues sabían que a veces la ayuda puede debilitar a un ser humano.
El caballero inspiró profundamente, lo que le aclaró un poco la mente. Leyó la última parte de la inscripción en voz alta: "Pues no puedo conocer lo desconocido si no me aferro a lo conocido".
El caballero reflexionó sobre algunas de las cosas conocidas a las que se había aferrado durante toda su vida. Estaba su identidad, quien creía que era y que no era. Estaban sus creencias, aquello que él pensaba que era verdad y lo que consideraba falso. Y estaban sus juicios, las cosas que tenia por buenas y aquellas que consideraba malas.
El caballero observó la roca y un pensamiento terrible cruzó por su mente: también conocía la roca a la cual se aferraba para seguir con vida. Quería decir la inscripción que debía soltarse y dejarse caer al abismo de lo desconocido?
!Lo has cogido, caballero!, dijo Sam. !Tienes que soltarte!
Qué intentas hacer, matarnos a los dos?, gritó el caballero.
!De hecho, ya estamos muriendo ahora mismo!, dijo Sam. !Mírate! Estas tan delgado que podrías deslizarte por debajo de una puerta, y estás lleno de estrés y miedo.
!No estoy tan asustado como antes!, dijo el caballero.
!En ese caso, déjate ir y confía!, dijo Sam.
Que confíe en quién?, replicó el caballero, enfadado. Estaba harto de la filosofía de Sam.
!No es un quién!, respondió Sam. !No es un quién, sino un qué!
!Un qué!, preguntó el caballero.
!Sí!, dijo Sam. La vida, la fuerza, el universo, Dios, como quieras llamarlo.
El caballero miró por encima de su hombro y vio el abismo aparentemente infinito que había debajo de él.
!Déjate ir!, le susurró Sam con urgencia.
El caballero no parecía tener alternativa. Perdía fuerza cada segundo que pasaba y la sangre brotaba de sus dedos allí donde se aferraban a la roca. Pensando que moriría, se dejó ir y se precipitó al abismo, a la profundidad infinita de sus recuerdos.
Recordó todas las cosas de su vida e las que había culpado a su madre, a su padre, a sus profesores, a su mujer, a su hijo, a sus amigos y a todos los demás. A medida que caía en el vacío, fue desprendiéndose de todos los juicios que había hecho contra todos.
Fue cayendo cada vez más rápidamente, vertiginosamente, mientras su mente descendía hacia su corazón. Luego, por primera vez en su vida, contempló su vida con claridad, sin juzgar y sin excusarse.
En ese instante, aceptó toda la responsabilidad por su vida, por la influencia que la gente tenía sobre ella, y por los acontecimientos que le habían dado forma.
A partir de ese momento, fuera de sí mismo, nunca más culparía a nada ni a nadie de todos los errores y desgracias. El reconocimiento de que él era la causa, no el efecto, le dio una nueva sensación de poder. Ya no tenía miedo.
Le sobrevino una desconocida sensación de calma y algo muy extraño le sucedió: !empezó a caer hacia arriba! !Sí! !Parecía imposible, pero caía hacia arriba, surgiendo del abismo! Al mismo tiempo, se seguía sintiendo conectado con lo más profundo de él, con el centro de la Tierra. Continuaba cayendo hacia arriba, sabiendo que estaba unido al cielo y a la tierra.
Repentinamente, dejó de caer y se encontró de pie en la cima de la montaña y comprendió el significado de la inscripción de la roca. Había soltado todo aquello que había temido y todo aquello que había sabido y poseído. Su voluntad de abarcar lo desconocido lo había liberado. Ahora el universo era suyo, para ser experimentado y disfrutado.
El caballero permaneció en la cima, respirando profundamente y le sobrevino una sobrecogedora sensación de bienestar. Se sintió mareado por el encantamiento de ver, oír y sentir el universo que le rodeaba. Antes, el temor a lo desconocido había entumecido sus sentidos, pero ahora podía experimentar todo con una claridad sorprendente.
La calidad del sol del atardecer, la melodía de la suave brisa de la montaña y la belleza de las formas y los colores de la naturaleza que pintaban el paisaje, causaron un placer indescriptible al caballero.
Su corazón rebosaba de amor: por sí mismo, por Julieta y Cristóbal, por Merlín, por Ardilla y por Rebeca, por la vida y por todo el maravilloso mundo.
Rebeca y Ardilla observaron al caballero ponerse de rodillas, con lágrimas de gratitud surgiendo de sus ojos.
!Casi muero por todas las lágrimas que no derramé!, pensó. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas, por su barba y por su peto. como provenían de su corazón, estaban extraordinariamente calientes, de manera que no tardaron en derretir lo que quedaba de su armadura.
El caballero lloraba de alegría. No volvería a ponerse la armadura y cabalgar en todas las direcciones nunca más. Nunca más vería la gente el brillante reflejo del acero, pensando que el sol estaba saliendo por el norte o poniéndose por el este.
Sonrió a través de sus lágrimas, ajeno a que una nueva y radiante luz irradiaba de él; una luz mucho más brillante y hermosa que la de su pulida armadura, una luz destellante como un arroyo, resplandeciente como la luna, deslumbrante como el sol.
Porque ahora el caballero era el arroyo. Era la luna. Era el sol. Podía ser todas estas cosas a la vez, y más, porque era uno con el universo.
!Era amor!
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05-jun-2006
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de nada Victorache y Juan_Doe
(soy el mismo caigoparaarriba)
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12-oct-2017
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Me interesa
Por lo poco q leí, pareciera q lo escribió una mujer, q raro
Un libro es el reflejo del autor, de..toda su vida, aunque intente retratar a un tercero..siempre habla de SU vida, entre líneas se puede leer el diario del autor
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