Sí, mayormente porque se me caló bajo un orvallo intenso; desde entonces se vacía arbitraria e impredeciblemente. Añoro mi viejo celu —que ahora debe de estar pudriéndose un sepulcro tecnológico cualquiera del océano abierto— con su fisonomía tubercular, su teclado de caracteres, sus nostálgicos politonos de llamada, su ilimitada vida. Buenos tiempos, ¿no?, cuando las telecomunicaciones sólo hasta cierto punto habían mellado la esfera íntima de las personas.
¿Cuánto tiempo hace que no lloras sinceramente?
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