Ya lo soy. Bueno, al menos lo que se dice "íntimo" en un uso ordinario (yo sería más receloso para calificar así a prácticamente cualquiera de mis vínculos actuales, fundamentalmente porque el flujo de intimidad de mí hacia el otro es mínimo.
¿Introver..qué? )
Hay variedad entre los pocos amigos que tengo: Uno es notablemente menos atractivo físicamente que yo, otro es notablemente más atractivo que yo, y otro supongo que estaría "en mi nivel" (perdón si lo relativo de la belleza física hace parecer que no me tomo esto muy en serio...).
Las diferencias con este amigo que es más atractivo que yo no acaban en lo físico; lo complementa con una gran soltura para con el sexo opuesto.
Lo interesante de esa situación es que yo
"debería" corroerme de envidia y odio hacia él, sobretodo teniendo en cuenta mis asuntos dismorfóbicos y mi torpeza con el sexo opuesto. Sin embargo, más allá de alguna esporádica y pequeña incomodidad surgida de brotes obsesivo-compulsivos de comparaciones del "índice de atractivo físico" o IAF (
), no me sucede nada de eso. Si hasta escucho entretenido sus anécdotas donjuanescas sin el menor atisbo de incomodidad... lo cual me sorprende hasta a mí, francamente.
A veces las circunstancias de la vida son fundamentales para construirnos como personas (¿"a veces"?). Desde que trabamos amistad, tuve mucho tiempo para reflexionar y entender que mi amigo no tiene la culpa de que mi "IAF" sea menor que el de él, ni de que yo tenga obsesiones con eso, ni de mi torpeza social, ni de nada. Pude comprender lo estúpido que era el despreciar su amistad por envidiar algunas cualidades que le tocaron en suerte, y más que estúpido; profundamente vergonzoso. La vergüenza de tenerse a uno mismo como inferior a otros, y odiar a esos otros por considerarlos superiores a uno. ¿Cómo se puede vivir durante mucho tiempo sabiéndose tan miserable? Evidentemente yo tuve que cambiarlo (porque no pretendo para nada atacar a nadie con eso, son simplemente las conclusiones que saco de mis propias experiencias pasadas).
Se entenderá que no estoy hablando de moral, de "es muy feo echarle la culpa a ellos de lo que te pasa". Hablo de orgullo, de lo trágico que es detestarse a sí mismo y del patético espectáculo que resulta de culpar a otros por ello. La madurez está en saber repartir las culpas, pero tampoco hay ningún provecho en escupir al cielo culpando al azar y/o al destino. Aunque eso es otro tema.
Me considero afortunado por tener a este amigo atractivo. Además del afecto y las vivencias compartidas, tengo la posibilidad de conocer una perspectiva radicalmente diferente a la mía sobre muchas cosas, a través de sus experiencias. Sin contar que, si no fuera por las casualidades que nos hicieron amigos, probablemente hoy todavía no hubiera entendido todo eso que dije más arriba.