Creo que en el fondo todo se debe a una cosa: esa delicadeza.
Un gesto o un comentario pueden desencadenarlo: es como un ciclón que llega de repente y lo deja todo empapado y volando lejos de mi alcance. Una mirada es suficiente para que mi mundo se ponga patas arriba y me haga pasar cuatro días intentando ordenarlo de nuevo. Por eso temo el rechazo, las burlas, e incluso los comentarios bienintecionados que no hablan bien de mi: Es como si no tuviera cómo proegerme de ellos, me hacen sentir muy vulnerable, y consiguen arrebatarme de un plumazo toda la estabilidad que me paso la vida luchando por construir.
Creo que llevo toda mi vida aprendiendo a encajar las reacciones de los demás, aprendiendo a ser más dura y menos empática. Me gusta parecer fuerte y pensar que lo soy. Aún así sigo sobredimensionando las actitudes de los demás, sean buenas o malas. Odio perder el control de mis emociones porque me hace sentir muy vulnerable, odio ser tan trasparente con toda mi alma, pero a pesar de que por fuera suelo mostrarme fría como un témpano por dentro sigo siendo el mismo torbellino de siempre.
Esta noche me ha arrasado uno de mis mejores amigos. Para variar. Y sin ninguna mala intención, apuesto a que ni se ha dado cuenta.