“Me gusta que confíes en mí, y me halaga que me cuentes las cosas”.
Esta es una frase típica de alguien cercano a nosotros y que nos quiere. Puede ser amigo, hermano, novia, padre o madre. Pero la realidad es que hay hechos de nuestro pasado o presente que conviene no contar, porque condicionaría la visión que esa persona tiene de nosotros; lo digo por experiencia, por mucha confianza que te pretendan dar. Y no me refiero a actos delictivos ni a malos pensamientos (algo común en todo mortal), sino a esos momentos del pasado o del presente tan vergonzosos que no es posible ni siquiera insinuar que los guardas, para que no tiren del hilo, ya que dejarían entrever (si se supieran) el poco aprecio que tienes por tu propia vida, la poca dignidad que tienes y cómo te has dejado arrastrar por un estado depresivo.
En el cautiverio comunicativo en el que he estado sometido cuando vivía con mis padres, y posteriormente en la soledad de mi piso, he cometido imprudencias y he incurrido en estados de dejadez tales que, si alguien hubiera tenido conocimiento de aquello, me habría enviado directamente a un psiquiatra.
No se trata de hacerse el misterioso, sino que son hechos que duelen y con los que sabes que te juegas la amistad y el aprecio de cualquier persona al contarlos, porque la decepción sería profunda e inevitable.
Tampoco es plato de buen gusto contar esas cosas a personas desconocidas con las que pretendes comenzar una amistad, porque probablemente ésta no llegaría a consolidarse.
Quizá el principal problema sea que, cuando uno se decepciona a sí mismo, es difícil tender un puente levadizo hacia los demás, sabiendo que debajo de él nadan los cocodrilos de tu castillo, y no puedes mirar a esa persona a los ojos...
Envidio a las personas transparentes, porque no llevan ninguna losa con la que cargar, y además se ganan el aprecio de la gente. A mí se me nota demasiado que guardo cosas, cosas que se perciben en la cara, en todo lo que hago, en los pequeños detalles… Qué más quisiera yo que ser una persona normal, como se ven
a patadas por las calles… Qué fácil es decir “eres un amargado” sin saber de lo que se habla, y sin estar en tu hermético pellejo…
Todos tenemos que cargar con unas maletas. Algunos las traen de serie y están acostumbrados a su peso. Otros las hemos cogido furtivamente en la mitad del camino y ya es demasiado tarde para fortalecer el brazo. Pero sin duda, lo peor es no poder abrirlas para aligerarlas un poco, ni poder pasarlas por ninguna aduana…
¿Alguien por aquí con movidas parecidas?