sus labios dijeron palabras que no alcancé a escucharlas, sin embargo sabía a la perfección lo que decían...
Cuatro de la tarde de un miércoles cualquiera, el arrullador ruido del autobús urbano tiene un efecto somnífero sobre mí, el bochornoso calor de la tarde, los ruidos, los ajetreos, la vida y el caos de las subdesarrolladas urbes le dan un toque de caótico sufrimiento y del cual la mente pide a gritos un momento para desconectarse del mundo real, las manos se adormecen y los párpados pesan a la par en que los ojos pierden nitidez en su visión, ahora es cuando todo parece difuso.
Suelo perderme en el tiempo como la polilla al quedar atrapada al percibir la hinoptizante luz de una lámpara, chocando varias y repetidas veces contra la bombilla, sin saber que cada vez que la toco me quemo pero deseo estar ahí, acechándola a cada instante, no separarme de su hertziana frecuencia que poco me expresa y mucho interpreto, atónito a su fosforecencia e ignorando el paso del tiempo.
Quisiera evitar ese dolor, no tocar la incandescencia de su corazón, no quemarme al grado de fundirme entre su piel, entre sus caricias y sus labios, quisiera que existiera la fórmula mágica para sacarme esto de la mente y empezar a divagar como siempre, pero no es así, tal vez la distancia esté de mi lado, la maldita distancia. Quema, arde, pero no hay manera de socavar el dolor, cada tacto produce placer indirecto, cada vez que trato de acercarme me inunda con el fulgor de su corazón.
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¿se han enamorado y si es así, que sienten? Yo por miedoso no.