“Parece que los investigadores ingleses que analizan el agua del Támesis han encontrado, además de deshechos tóxicos, materias fecales, bolsitas de té y líquidos de todo tipo, un altísimo porcentaje de Prozac, Zolof, Xanax y otros antidepresivos, prueba concluyente del número de personas que están enganchadas a la química.
Hay un anuncio american de Zoloft que muestra a una mujer que no habla con nadie en una fiesta, que intenta sonreír infructuosamente mientras sus hijos se columpian y que mira con angustia a la gente que pasa por la calle desde la terraza de un café. Mientas suena una triste música de viloncelo, una voz engolada nos recuerda que si nos sentimos como esa mujer: tristes, angustiados, deprimidos, debemos hablar con nuestr médico y pedirle Zolof a espuertas. Después de un recatado fundido en blanco, el anuncio nos muestra a la misma mujer contenta a más no poder, columpiando a sus hijos. Está claro que cualquiera puede identificarse con esa mujer, lo que no está tan claro es que todos necesitemos antidepresivos. Y no estoy en absoluto den contra de ellos. Creo que la realidad qeu nos circunda es demasiado espesa ara afrontarla a palo seco y que el cerebro nos juega a todos muy malas pasadas.
Aceptar que la tristeza, los bajones y las angustias son parte de la experiencia de estar vivo no es nada fácil. Per el abuso indiscriminado que se está haciendo de los antidepresivos no está, paradójicamente, consiguiendo hacer a la gente más feliz (si exceptuamos a los dueños de las industrias farmacéuticas y a sus agentes de bolsa), sino a gente más angustiada y con menos recursoso para enfrentarse a los embates de la existencia. Por supuesto que hay enfermedades mentales crónicas como la esquizofrenia para la que es vital la medicación continua. Pero, hoy en día, le diagnostican un trastorno bipolar al primero qu dice tener cambios de humor repentinos. Y leer las portadas de los periódicos puede cambiarle el humor al más templado.
Conozco a gente (entere ellos un renombrado escritor) que, sin litio, son incapaces de funcionar mínimamente. También conozco a gente que ha pasado por todo el catálogo de antidepresivos para descubrir que, en realidad, las razones de sus depresiones estaban en un trabajo rutinario y en una pareja opresiva.
Lo que ocurre con la química es que es altamente adictiva, que al cabo del tiempo deja de funcionar y que tiene funestas consecuencias en el estado de salud general del individuo. Basta leer los prospectos que acompañan a cualquier ansiolítico para se le pongan a uno los pelos de punta. Muchas veces la idea de que una pastilla nos va a quitar todas las penas es tan fuerte como la pastilla en sí. Pero cuando acudimos al médico, lo que queremos es resultados; no queremos oír que lo que nos pasa es que no nos gusta la vida que llevamos, queremos un velo que nos haga ver esa misma vida, tamizada, con otro color y otra luz. Y también es más fácil para el médico firmar una receta de la píldora que esté de moda que decirle a la señora que puede dormir, que esta triste, que no sabe lo que le pasa: ¿Ha probado a leer a karen Blixen? ¿Cuánto tiempo hace que nadie la acaricia?¿Y si aprende a nadar de una vez? Y, sin embargo, la salud mental también está en los libros y en las caricias y en los gatos y en nadar y en ponerse a cantar sin razón alguna, desafinando a pleno pulmón, I will survive.”
Isabel Coixet