Cuando el héroe Aquiles halló la gloriosa muerte a la que estaba destinado durante los descuentos de la Guerra de Troya, su alma en el Inframundo no fue a dar a los Campos Elíseos donde correspondía a los que en vida honraron a los dioses, si no que se le dio un nuevo cuerpo y pasó a habitar la Isla de los Bienaventurados, junto a la élite de los mortales más destacados del Mundo Antiguo. En ese paradisiaco y exclusivo lugar se le dio por esposa nada menos que a la bruja Medea y luego, después de muerta claro, a la hermosa Helena, causa del conflicto antes mencionado. Con esta última, el de rubia cabellera, engendró a Euforión, quien dotado de alas se convertiría en un efebo incluso más bello que Ganímedes. Es oportuno recordar que aquel príncipe troyano, de entonces belleza sin par, despertó tal pasión en el dios Zeus que, transfigurado en gigantesca águila lo raptó de su terruño lo llevó al Olimpo y con el fin de gozárselo a placer lo nombró su copero personal, para rabia de su esposa la celosísima diosa Hera.
Así pues, ahora el objeto de los afectos homosexuales del lascivo Cronida era el volátil vástago de Aquiles; pero, lejos de ser correspondido como en aquella oportunidad, este rechazaba sus avances sin importar que se tratase del padre de los dioses y, batía sus alas en dirección opuesta. Herido en su orgullo como nunca antes, el tonante fulminó al niñato de cuerpo apolíneo con un certero rayo en la cabeza que lo hizo precipitarse abajo en un espiral de cenizas y plumas. Al impactar el humeante cadáver contra la tierra, aun insatisfecho el amontonador de nubes, prohibió que sea sepultado para que no encontrara descanso en el otro mundo. Con esta desmedida revancha ejemplificó a que se atenían quienes irrespetaban su autoridad. Unas ninfas que encontraron los despojos del infortunado, conmovidas por su triste final desobedecieron la orden y, por ello, fueron castigadas siendo transmutadas en ranas cuyas descendientes aun hoy, anticipadamente, croan un himno fúnebre por los que osamos contrariar la voluntad de los dioses.
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Como colorista soy buen cuentista.