Cierto día en la pausa para el almuerzo, me encontré en un semáforo con un ratoncito gris que cruzaba penosamente la calle, muy despacio y cojeando de una pata. Parecía un personaje de animación. Andaba con una compañera de trabajo que lo miró y me miró desconcertada, y dije: está chungo, no anda bien. La criatura alcanzó el bordillo de la acera para morir apoyado junto a un bolardo, sentí una extraña tristeza y compasión viendo su cuerpo allí a lo largo de toda la mañana rodeado por la indiferencia de los transeúntes. ¿por que tan agónico esfuerzo en cruzar la calle con sus últimas fuerzas? no se que sentido tenía, tal vez solo la voluntad de vivir le impidió pararse a descansar al otro lado de la calle, seguir andando para alejarse de la muerte.
Al cabo de varios meses, voy andando por la acera junto al viejo cauce del río convertido en un gran parque y observo una cabecita con ojos azules mirándome, como suspendida, desde detrás del bajo muro. Me acerco para encontrar un ratoncito gris, plantado sobre la frágil ramita más alta de un árbol del río, que ahí encaramado me observa acercarme, tranquilamente, sin miedo, y nos miramos a los ojos unos instantes antes de darse la vuelta y empezar a bajar con escasa premura. Por regla general los roedores urbanos huyen despavoridos ante la aproximación de cualquier persona o vehículo para salvar su vida.
Al día siguiente, aun pensando en la posible trascendencia del alma de un simple ratón, voy a apuntar la lectura del gas y descubro con asombro que la última lectura anotada por otro vecino es idéntica a la mía, 02766, hecho cuya probabilidad es similar a la de tocarte la lotería. ¿Casualidad o señal?
Esto es una "historia real", salvo por carecer de verdadera creencia en una transmisión de consciencia de una vida a otra pero fue bonito por un momento fantasear con ello