Esta semana estoy pendiente de las visitas de mis vecinos de arriba y del administrador por un tema de humedades en mi terraza. Ya vinieron los albañiles a husmear y también el administrador hace unas dos semanas. La verdad es que me siento incómodo (¡no lo voy a negar!), espero y deseo que el problema termine y se arregle pronto para así volver a mi estado ideal que es la ausencia de problemas y de visitas de personas extrañas.
Este miedo a las visitas inesperadas no es otro que miedo al rechazo y a la crítica sociales, terror a que venga alguien de fuera y nos diga: "¡Tienes los cubiertos sin fregar!, ¡Yo pinté las paredes de otro color!, ¡El vestíbulo parece pequeño!, las estanterías de melamina no me gusta como quedan!", etc, etc.
Tenemos miedo a las "viejas'l visillo" que tanto abundan por esos contornos ibéricos, cuya única distracción conocida parece ser el ejercer un continuo "benchmarking", una comparativa eterna de parámetros, situaciones y condiciones vitales de uno a otro confín, para así poder luego extraer resultados provechosos para ellas mismas. Lo terrible es que algunas veces esas personas están dentro de nuestras familias (¿nuestros propios padres?) y lo mejor que pudimos hacer es poner pies en polvorosa, un poquito de distancia para evitar que se siguieran inmiscuyendo en nuestras vidas privadas.