Las palabras se las lleva el viento, reza un viejo adagio; y es verdad, hasta cierto punto, pero hay ofensas o difamaciones que se hacen con tal cizaña que nos terminan por resultar hirientes, por lo que responder en estas situaciones es necesario.
Dependiendo la gravedad del vitupero, soy capaz de ignorar los comentarios malsonantes que son dichos hacia mi persona, sobre todo cuando estos hacen alusión a mi personalidad ¡qué carajos me importa lo que puedan decir algún cerril berzotas sobre mí!; no obstante, si el oprobio es de un calibre elevado, suelto toda clase dicterios contra mi agresor verbal.
Eso sí, si soy agredido físicamente, no dudo en dar respuesta con toda la bravura y fiereza que soy capaz de poseer.